Ella llegó a Guayaquil desde Portoviejo a los 16 años, en 1983, a estudiar Medicina; poco después se cambió a la carrera de Psicología Clínica; y, cuando estaba cerca de graduarse, la llamaron a un estudio de televisión, y allí se quedó... hasta este año.

En ese tiempo, Rocío Cedeño Barberán imaginaba que iba a pasar sus años dorados en un consultorio, en un ambiente tranquilo, conversando con los jóvenes, ayudándolos a resolver sus problemas. En cambio, recibe al equipo de La Revista en un miniset que ha adaptado en un área de su casa, desde donde promete que seguirá conectada con la comunidad.

“Tengo mis lucecitas, mis camaritas, y tal vez tenga un micrófono, y más adelante puede haber un pódcast, que siempre me llamó la atención, y estoy aprendiendo lo elemental; eso es lo que quiero: seguir estudiando. ¿Ahora tenemos estas nuevas plataformas digitales? Entonces, a usar estas herramientas”. En esa sala recibirá a psicólogos, profesores, economistas, abogados, tal como lo ha hecho en el espacio digital Desafíos y soluciones, que está en Wuan Plus TV.

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Foto: Zaky Monroe

¿Qué impresión le quedó de su despedida al salir del estudio?

Nostalgia… Eso fue una sorpresota. Yo que soy tan abrazadora y besadora (porque soy manaba, mi mamá me hizo así, era muy melosa), no sabía qué hacer, quería abrazarlos a todos. Nunca había estado en una calle de amor, más que de honor. Soy del departamento de noticias, pero a la mayoría los conocía. Es que yo me sentía en ese canal como la mamá de una casa. Cuando llegaba alguien nuevo, le preguntaba cómo se llamaba, le daba un beso y le decía: “Todo te va a salir lindo”.

¿Qué recibimiento le dio Guayaquil cuando vino a vivir?

Llegué en pleno fenómeno de El Niño, en 1983. El agua me daba acá (señalando las rodillas). Yo era una chiquilina. En esa época tomábamos el bus (para ir a clases), y me asaltaron en un bus (se ríe). Yo siempre supe que lo mío era la comunicación, desde chiquita, pero la universidad donde había esa carrera estaba en medio de protestas y llantas quemadas.

¿Por qué cambió la medicina por la televisión?

Pasé dos años estudiando Medicina y luego Psicología Clínica, que me fascina. Llegué hasta cuarto año y me tocaba hacer las prácticas, y tenía que ir al (hospital psiquiátrico) Lorenzo Ponce (hoy Instituto de Neurociencias). Me dijeron: “Hay la oportunidad de que trabajes en TC siendo asistente”. Dije: “¡Ok! ¡Perfecto¡ ¡Vamos!”. Había dos programas: Súper pelados (yo era la asistente) y otro en el que salía al aire con Francisco Cabanilla, Binguísimo, que era como una lotería.

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Y ahora conducirá su propio programa digital. ¿Cuál será el contenido?

Será Rocío conversando en su salita, en un ambiente tranquilo. La pandemia me llevó a hacer eso, y en cierto modo me preparó para lo que viene en la vida. Ya tengo ese ritmo, ese entrenamiento. La gente está tratando de entender lo que le pasa, y necesita que un profesional le diga: “Mira, esto es lo que tienes, y el posible tratamiento es más sencillo de lo que tú crees”. Voy a hacer esto de manera muy orgánica; tal vez quien edite la mayor parte del tiempo seré yo. Quiero que al final de cada entrevista la gente diga: “Este doctor me enseñó algo, aprendí algo que necesitaba en este momento”. Me gustaría que el programa sea diario; por eso, serán muchas jornadas de grabación: 08:00, 09:00, 10:00, 11:00. Se almuerza y se sigue. Ocho entrevistas al día. Me he demostrado que sí se puede; tendré que ser mi propia vestuarista.

Grabar y editar, vestirse y maquillarse...

Es que la Rocío de la pandemia es muy diferente a la de antes. Yo llegaba tranquila (al canal), cerraba los ojos y ellos (los maquilladores) hacían magia conmigo. Después de la pandemia no pararon las preocupaciones, conectarnos con tanta gente que había sufrido, nos acostábamos con una noticia de dolor y nos despertábamos con otra. Sabía que tenía que cuidar a mi familia, pero era la única de mi casa que salía a trabajar, porque tenía un noticiero, no podía hacer teletrabajo. Nunca dudé de ir a trabajar. Siempre dije: “Si es esto lo que tengo que hacer para ayudar a mi comunidad, lo voy a hacer”. Me transformé, me hice más consciente de lo que realmente vale, aprendí a utilizar de mejor manera el tiempo. Muy temprano en la mañana, iba con mi bolsito de maquillaje, con el celular revisaba redes, hacía zapping por las radios y leía el periódico en físico. Ahora mi preocupación es no desperdiciar el tiempo, el mío y el de mi gente. Voy a cuidarme de no decir: “Hasta aquí llegué, ya cumplí y me voy”. Debo estar más cerca de la comunidad. Lo haré desde otras plataformas, desde mi casa.

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El nombre del programa va a ser el mismo, no encuentro otro mejor, porque lo que tenemos son desafíos y lo que buscamos son soluciones.

Entonces, no es un retiro total; el horario va a estar copado.

Soy más exigente, porque respondo a mí. Lo primero que me he dicho es: “Rocío, por favor, tienes ahora la oportunidad de hacer con tu tiempo mil cosas, pero tienes el compromiso de no desperdiciarlo. La salud primero, en armonía contigo y, entonces sí, repártela a todo el mundo”. ¿Qué significa estar tranquila? Cuidar tu salud, hacer un poco de ejercicio, y después ir a concentrarte, a estar enterada de lo que pasa. Me encerraré a revisar todos los medios, a ver la forma de ayudar a la gente. No para criticar, porque eso hay bastante. En vez de eso, aunque sea un saludo cariñoso.

Algunos dirán que eso es muy superficial. Pero hemos visto que los análisis profundos nos atemorizan, nos ponen en un estado de estrés que nos inmoviliza y no nos permite tener esperanza. Y la esperanza no es superficial. Es buscar mi espacio de paz, empezando por la familia.

Foto: Zaky Monroe

¿Y qué hay de la realidad negativa?

Me van a decir: “Tú estás cómoda, y desde tu casa y desde tu posición tranquila puedes decir mil cosas”. He estado en todos lados. Esta carrera me da la oportunidad de acercarme a la gente, y me han permitido entrar a sus hogares; sé cómo piensan, sé lo que sienten, sé lo que necesitan, me lo han contado, lo he visto. Por eso, creo que puedo decirlo. Le pido a Dios esa oportunidad de seguir colaborando; no tiene que ser en el megacanal, pero siempre desde la cercanía, para incentivar a unirnos, para salir adelante, para sacar lo mejor que tengamos. No todo es malo, aunque en nuestro país la conversación gira para lo negativo, y eso va mermando tus capacidades, tus intereses. Tener un espacio donde la gente te da la oportunidad de hablarle y que te escuchen no tiene precio, es maravilloso. No quiero perder esa conectividad.

¿Cuáles han sido sus canales?

Primero estuve en Telesistema, ahora RTS. Cinco años preciosos. Allí me dio la oportunidad el gerente Carlos Muñoz Insúa; el director del noticiero era Teófilo Villón. Antes del noticiero, hice un espacio de entretenimiento con un grande de la televisión: fui dirigida por Eduardo Olmes y aprendí de él. Ahora ya está en el cielo, junto con otros amigos que fueron un pilar de mi carrera: Eduardo González y Carlos Luis Morales.

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Han sido 35 años, tantos jefes, tantos productores, tantos compañeros, tanto por agradecer. He tenido la bendición de sentarme junto a los mejores profesionales. En RTS ahora continúa Luisa Delgadillo. Jimmy Jairala, quien tiene un carisma muy especial, y sus conocimientos los comparte. Carlos Vera fue mi jefe por un mes y trabajamos muy bien. Trabajé con María del Carmen de Aguayo, Helen Morán, Yolanda Torres, Ana María Serrano, Caridad Dávalos, Gisella Bayona, Saskia Bermeo. Mis amigas de otros canales, Tania Tinoco, Teresita Arboleda, María Isabel Crespo. ¡Y don Alfonso Espinosa de los Monteros! Formó parte de toda mi vida. Y ahora estoy cerrando mi ciclo con Andrés Jungbluth. Mi país tiene grandes referentes de la comunicación. Y no solo hablo de los que me han acompañado.

¿Qué quisiera ver en los periodistas jóvenes ahora que usted se retira?

Creo que lo importante es ser auténticos. Y más que nada, el tema de los valores, sobre todo en la comunicación, que es muy sensible. Vamos por buen camino. He conversado con los jóvenes que se están graduando. Siempre les repito que puede cambiar todo, pero los valores no pasan de moda, no son opcionales. La comunicación es servicio, no para servirse. Veo a mis compañeros y digo: “¡Qué bien!”, porque tienen algo muy importante: sensibilidad, empatía. Antes nos decían que debíamos ser rígidos, guardar la compostura, no emocionarnos, no opinar. Discúlpenme, pero más que nunca debemos ser sensibles y empáticos. Es la única manera de ayudar a que las cosas cambien. Tengo mucha confianza de que vendrán grandes profesionales.

¿Qué opinó su familia del retiro?

Se sorprendieron, porque ellos han sido testigos de cuánto amo, valoro, respeto y cuido esta carrera. Me dijeron: “Pero si estás en un momento hermoso, incluso tienes la oportunidad de tener un espacio con la comunidad (Entre ellas, un espacio con Gustavo Navarro, Gisella Bayona y María Fernanda Perrone)”. Pero siempre dije que al cumplir los 30 años iba a decir: “Muchas gracias a todos; me voy a jubilar”. Es momento de hacerlo por muchas razones. Agradezco estar con vida, tener sueños, tener metas. Mi familia (esposo y tres hijas) entiende mi posición y la apoya, como ha apoyado los sacrificios de esta actividad. Sin la familia esto es imposible. Son mi principal pilar y mis principales críticos. Estoy feliz de estar a tiempo completo con ellos.

¿Y el televidente?

En televisión es lo más importante. Si no tú no tienes audiencia, no tienes quien te mire; así hagas la cosa más hermosa del mundo, no funciona. Con ellos siempre mi abrazo. Les prometo que voy a buscar la manera para no perder el contacto. Todavía lloro con gente que encuentro en la calle. Ando con mascarilla y creo que no me reconocen, y es mentira. Ayer un chiquito de 10 años se me acercó y me dijo: “Tú eres Rocío. Quiero una foto contigo. Te reconocí por el celular”. Estaba comprando un café, y me tocan el hombro, una señora muy linda, y me dice: “¿Qué se siente ser libre?”. Y se unió a la conversación el señor que me vendía el café. Salí de allí y el señor de la seguridad en la puerta me dice: “La vamos a extrañar”. (E)