El Día Mundial de la Vida Silvestre de las Naciones Unidas se conmemora el 3 de marzo para celebrar la fauna y la flora silvestres, y reconocer sus funciones y contribuciones a las personas y al planeta. El tema de 2024 es “Conectando personas y planeta”, y explora el papel de la conectividad y la innovación digital en la conservación de la vida silvestre.

Este Diario habló con investigadores de dos instituciones nacionales, el Zoológico de Quito y el Instituto Nacional de Biodiversidad, para conocer cuáles son en la actualidad las causas con las que debemos y necesitamos conectarnos los ecuatorianos en este momento.

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Cartel oficial del Día Mundial de la Vida Silvestre, ganador del concurso de la ONU. Foto: Agencias

Martín Bustamante, director del Zoológico de Quito

Este zoo, más que un muestrario, es un refugio de animales silvestres y un centro de rescate de especies no domésticas, que llegan por diferentes circunstancias hasta la clínica. Bustamante explica que los rescates no siempre son exitosos, pero cada uno ayuda a entender y a planificar mejor las siguientes acciones. La entidad elaboró en 2024 un calendario ambiental en el que cada mes está dedicado a una especie nativa; el mes de octubre le corresponde al águila andina.

  • Águila andina (Spizaetus isidori)

Es una especie tanto o más amenazada que el cóndor, es lo primero que informa Bustamante, “porque ocupa un espacio mucho más restringido; el águila andina está en zonas de bosque, con mucha presencia humana. Le disparan frecuentemente porque se come los pollos y las gallinas, los animales de cría. Y sabemos muy poco todavía de ella. Hay un enemigo muy fuerte de la conservación y es el desconocimiento”.

Un Águila andina (Spizaetus isidori) en Tandayapa, Quito. Foto: Bellavista Cloud Forest / Red Aves Ecuador
  • Rana marsupial andina (Gastrotheca riobambae)

La conservación también contempla especies urbanas, como la rana marsupial, andina, una especie que todavía no está fuertemente amenazada, pero que va desapareciendo rápidamente del entorno en el que vivía, las calles de Quito, debido a la urbanización, la pérdida de hábitat, el cambio climático y las enfermedades emergentes. “Esta especie, a la que los quiteños llamamos los ‘uilli uillis’, es cada vez más rara. Trabajamos en un programa de conservación y reintroducción en los parques de la ciudad”.

Rana marsupial andina o uilli uilli, está desapareciendo del área urbana de Quito. Foto: Shutterstock
  • El oso andino u oso de anteojos (Tremarctos ornatus)

El caso del oso Tupak, un animal que se acostumbró desde muy joven a vivir sin temor del ser humano, alimentándose de los cultivos y los animales de granja, vive en peligro, y tiene al zoo ‘patas arriba’ desde el año pasado. “Al atacar el patrimonio de las familias, se le ha puesto precio a su cabeza, por eso estamos trabajando en reubicarlo y devolverlo a la naturaleza, alejado de la gente. Los osos han aprendido rápido a convivir con nosotros, los que todavía no hemos hecho ese aprendizaje somos nosotros”. La población estimada es de 2.000 individuos.

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Tupak tiene 5 años y es el 'más buscado' por los campesinos del río Pisque, en Imbabura, por su costumbre de alimentarse de animales de cría y de maíz. Foto: Cortesía
  • Cóndor andino (Vultur gryphus)

El nivel oficial de amenaza toma en cuenta la población (150 individuos en 2018), un número bajo que se hace más grave cuando se considera los envenenamientos masivos secundarios de ese año en la provincia del Cotopaxi. Los habitantes del campo protegen a sus animales de cría de los depredadores, en este caso la población descontrolada de perros que resulta del abandono de mascotas en las vías (entre 35.000 y 50.000 en la región Andina). “Por el veneno se muere el perro, ¿quién se come al perro? El cóndor. Entonces, el problema se hace de una magnitud muy grande”. Hay cuatro cóndores en el zoo, dos rescatados y dos nacidos allí.

Cóndor andino. Se contaban 150 ejemplares en 2018, año en que se produjo una serie de envenenamientos masivos. Foto: Shutterstock

Mario Yánez Muñoz, Instituto Nacional de Biodiversidad

El Inabio está compartiendo constantemente información de ciencia, tecnología e innovación; su meta es garantizar la conservación del patrimonio natural y fortalecer programas y proyectos de investigación, junto con instituciones académicas nacionales e internacionales. Mario Yánez es biólogo, se especializa en pequeños vertebrados y trabaja en la división de Herpetología.

  • Capuchino ecuatorial (Cebus albifrons aequatorialis)

Este mono de tamaño mediano vive en la Costa ecuatoriana, desde Esmeraldas hasta El Oro, y también en el extremo noroccidental de Perú (Tumbes), en los bosques tropicales y subtropicales húmedos del Chocó y secos tumbesinos. Utiliza todos los estratos del bosque, hasta el suelo. Pero también se integra a áreas intervenidas, como manglares y zonas de cultivo de maíz. “En el caso de los monos hay una reducción bastante drástica en su hábitat natural. La región Costa es una de las más deforestadas por el tema productivo. Eso ha hecho que la cobertura vegetal de los ecosistemas desaparezca”, menciona Yánez.

Capuchino ecuatoriano, es vulnerable porque se integra con facilidad a zonas intervenidas por humanos. Foto: Shutterstock
  • Mono araña de cabeza marrón (Ateles fusciceps fusciceps)

Esta subespecie del mono araña de cabeza negra está en peligro crítico y su población ha menguado en el Litoral (Esmeraldas). Su hábitat es el bosque húmedo tropical y subtropical, y su ubicación actual es la provincia de Imbabura, en la Hacienda Chinipamba.

Mono araña de cabeza negra, está en peligro crítico. Foto: Shutterstock
  • Cocodrilo de la Costa (Crocodylus acutus)

Entre los reptiles ecuatorianos, quizás el más amenazado es el cocodrilo de la Costa. Su población ha sido diezmada recientemente, pues hace un siglo era abundante en la cuenca de los ríos Daule y Guayas. “Hubo una cacería indiscriminada, y eso los ha restringido a tener poblaciones aisladas en zonas muy puntuales en Esmeraldas, Manabí, Guayas (isla Santay), Loja (Cazaderos) y El Oro. “Lamentablemente, estos hábitats están reduciéndose, en especial los ecosistemas de manglar”, por la conversión a piscinas de camarón, y la especie pierde la posibilidad de tener flujo genético con otras poblaciones, lo que los acerca a la extinción.

Cocodrilo de la Costa, la cacería indiscriminada, lo ha destinado a vivir en poblaciones aisladas entre sí. Foto: Shutterstock
  • Sapo bocón del Pacífico (Ceratophrys stolzmanni)

Es una especie endémica de la Costa ecuatoriana y con un gran rango de distribución, a lo largo de la costa del golfo de Guayaquil (Guayas, Santa Elena y Manabí). Su estado de conservación es vulnerable.

Sapo bocón del Pacífico, vive a lo largo de la costa del golfo de Guayaquil. Foto: Shutterstock
  • Jaguar (Panthera onca)

Hay grandes esfuerzos en la Amazonía por dos vertebrados grandes: uno de ellos es el jaguar, una especie que necesita un amplio hábitat para poder tener poblaciones saludables. Tres jaguares están en el QuitoZoo. Es el único representante del género Panthera en América y está en peligro de extinción.

  • Delfín rosado (Inia geoffrensis)

Este grupo de cetáceos quedó aislado en el interior del continente hace millones de años, explica Yánez, y la Amazonía es la única zona donde habita. “Se están haciendo esfuerzos por conservar los hábitats acuáticos y por que haya conectividad de las poblaciones de países limitantes, Perú y Colombia”.

Los delfines rosados están en peligro de extinción. Foto: Cortesía Fundación Oceanids.

La educación ambiental es nuestra manera de participar en la conservación de las especies

Los programas de educación ambiental nos indican que no solo es importante que haya equipos especializados en el cuidado y rescate animal, sino que otro frente es sensibilizar a la ciudadanía y promover la identificación, que no es igual a saber datos sobre los animales y las plantas. “Queremos que haya compenetración, empatía, un ser parte de la biodiversidad”. Ese, dice Bustamante, es uno de los roles del zoológico.

Y los animales necesitan algo muy diferente, no perder el miedo a los humanos, no desensibilizarse a nuestra presencia, porque la capacidad de huir de nosotros es un mecanismo de defensa para ellos. El ser humano es peligroso cuando ataca y cuando no, porque así como puede disparar, puede dar comida y cercanía que conviene a los animales. “No siempre nos identifican como algo malo y eso termina poniéndolos en peligro de manera directa o indirecta”, dice el director del QuitoZoo. Cada año se reportan de cuatro a seis ajusticiamientos de osos de anteojos en diferentes zonas del país. Como resume Bustamante, “no nos están teniendo suficiente miedo”. (F)