Hace once años, el biólogo y catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México Antonio Lazcano Araujo comenzó su vínculo con la investigación en las islas Galápagos, cuando fue designado director honorario del Centro Lynn Margulis de Biología Evolutiva, inaugurado en la isla de San Cristóbal en 2012.

Esta entidad, creada por la Universidad San Francisco de Quito, agrupa a cientos de científicos hispanoamericanos y fue bautizada en honor a la bióloga estadounidense destacada en el estudio de la evolución biológica y en la genética. Es un lugar donde Lazcano se siente como en casa. “La primera vez que llegué allí, así como hacía el papa Juan Pablo II, besé la tierra”.

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Recientemente, Lazcano, de 73 años, llegó nuevamente a Ecuador, a Quito, junto con cientos de astrónomos, biólogos, químicos naturalistas y científicos planetarios, para participar en el ciclo de conferencias Origins 2023, organizado por la Sociedad Internacional para el Estudio del Origen de la Vida (Issol) y la Comisión de Astrobiología de la Unión Astronómica Internacional (IAU).

A ese encuentro trajo una charla sobre un tema que confiesa que le preocupa mucho. “A veces, las personas piensan que la evolución biológica es lineal, que hay un fin al que siempre se va a llegar (el ser humano). Hay esta imagen muy famosa que siempre se ha presentado (del origen) de la vida que comienza en el mar, luego pasa a tierra firme, de ahí a anfibios y reptiles, y después siempre a un primate, y luego un hombre. Y bueno, esto no corresponde a la evolución biológica”, dice Lazcano en entrevista con este Diario.

“En realidad, tenemos muchas derivaciones. El mismo Charles Darwin decía que, si hubiera que buscar una imagen que represente la evolución, debería ser como una especie de coral que creciera en todas las direcciones posibles”. La idea de que la evolución siempre va a desencadenar a un primate inteligente es una tradición de los estudiosos de la física y la astronomía, campos en los que se busca indicios de civilizaciones extraterrestres o planetas donde pudiera haber aparecido la vida. “Los biólogos somos un poco más realistas, y nos gusta pensar en todos estos caminos posibles”.

La teoría lineal de la evolución se centra en el ser humano, pero la biología ve más allá. Foto: Shutterstock

Lazcano fundamenta su postura: “Cuando hablamos del origen de la vida, inevitablemente estamos pensando en un evento del que nunca vamos a tener detalles específicos. La Tierra es un planeta geológicamente muy activo, donde tenemos temblores y erupciones volcánicas, erosión por el agua, por los vientos y por los seres vivos; y mientras más viejas sean las rocas sedimentarias del planeta, más se habrá perdido el registro del pasado; es decir, nunca vamos a tener una roca sedimentaria inalterada que nos diga que la vida comenzó en un mar que tenía esta temperatura, esta acidez, estos compuestos orgánicos”.

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Señala que todas las evidencias astronómicas, geoquímicas y cálculos de laboratorio y computarizados parecen apoyar la idea de que la vida surgió en la famosa “sopa primitiva” (caldo primigenio, sopa primordial). “Pero no hay que olvidar que esta es una metáfora que se presta a muchas interpretaciones. En general, yo diría que aceptamos que hubo una evolución de moléculas de compuestos orgánicos que llevaron a un sistema que se podía reproducir con variación, y ahí yo estaría dispuesto a llamar esa entidad un ser vivo”.

Cuando hablamos del origen de la vida, inevitablemente estamos pensando en un evento del que nunca vamos a tener detalles específicos.

Lo más práctico, señala, es tomar los mejores aspectos de cada teoría. “Por ejemplo, no tengo ninguna duda de que las chimeneas submarinas hayan contribuido con compuestos orgánicos en la Tierra primitiva. Pero hay quien dice que fueron la única fuente posible, y otros colegas dicen que los compuestos orgánicos llegaron del espacio exterior con cometas, meteoritos y asteroides que chocaron contra la Tierra; y, efectivamente, acabamos de escuchar una ponencia de que a la fecha hay 150 moléculas orgánicas reportadas en cometas”. ¿Su opinión? “La imagen que yo tengo es una especie de sopa primitiva condimentada con material extraterrestre; probablemente, tuvo una gran dosis de elementos de muchos lados”.

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Para el biólogo, la evolución es algo que sigue sucediendo frente a nuestros ojos. “Las bacterias, los hongos, los protistas y los microbios están evolucionando con la resistencia a los antibióticos, un problema tan severo que la mortandad se puede ir para arriba muy rápidamente con la extracción de una muela del juicio. En esto están pensando los grandes grupos de investigación en el mundo”.

Un buen momento para la divulgación científica

La promoción del conocimiento científico viene sucediendo en Latinoamérica desde la época colonial. “Hubo ilustrados a los que les interesaba divulgar la ciencia; por ejemplo (José Ignacio) Bartolache, en México, tradujo a la lengua náhuatl la obra de Isaac Newton para que los indígenas la entendieran”, dice recordando al médico y matemático del siglo XVIII.

“A medida que fuimos avanzando en el tiempo, en el siglo XIX, un empeño de muchísimos naturalistas del Ecuador, de Brasil, de México y de Argentina era convertir la ciencia en algo popular, algo para todos”. Los museos de arte, considera, son un esfuerzo para mostrarle a la gente de todas las clases socioeconómicas dónde viven, de dónde vienen. “Esto se ha ido refinando; ahora hay una aceptación general de que la ciencia debe ser un patrimonio de todos, especialmente de los niños y las niñas”.

Foto: Shutterstock

Un ejemplo de divulgación que conoce ‘de primera mano’ es la obra de Carl Sagan, el astrónomo, astrofísico, escritor y, sobre todo, divulgador. “Irrumpe en el siglo pasado en la televisión con métodos de divulgación absolutamente maravillosos; hoy en día cualquier investigador está dispuesto a platicar de lo que hace. Lo indispensable es que los medios, las academias y los escritores se den cuenta de que necesitamos una definición de la cultura en la cual la ciencia sea parte de ello; no estoy diciendo que reduzcamos la cultura a la ciencia, sino que la divulgación de la ciencia es una manera de democratizar la cultura científica”.

Valora la labor de las universidades locales para organizar conferencias y encuentros científicos, que es algo que está más arraigado en algunos países que en otros. “Y el internet, las plataformas digitales, las redes sociales sirven también a esta causa”. Durante la pandemia, comparte, vio muchos casos de investigadores latinoamericanos que se propusieron explicar en video el origen y comportamiento de los virus. “Las sociedades de médicos usaron TikTok y Twitter (hoy X) para difundir qué es un virus y qué es una pandemia, qué son las vacunas; la labor que hicieron es invaluable”. Cuando las entidades públicas no pudieron enfrentar el problema, recuerda, los estudiantes de Virología asumieron la responsabilidad de decirle a la gente que la pandemia no era un castigo divino ni el fin del mundo.

Cuando las ballenas caminaban sobre nuestra Tierra primitiva

Esta, dice, es una de sus mayores fuentes de orgullo. “Los alumnos son mucho más desenfadados que los profesores; no les da miedo brincar en una mesa si esto permite explicar lo que es la teoría de la gravedad, improvisan rápidamente un modelo de un virus con tachuelas y una naranja; la rapidez y la frescura con la que trabajan es maravillosa. Allí vimos nacer una nueva generación de futuros académicos que no van a tener ningún prejuicio para usar todos los recursos y divulgar”.

Las bacterias, los hongos, los protistas y los microbios están evolucionando con la resistencia a los antibióticos, un problema tan severo que la mortandad se puede ir para arriba muy rápidamente con la extracción de una muela del juicio.

Lazcano piensa que en este aspecto los latinoamericanos podemos compartir conocimiento con facilidad, pues tenemos una fortaleza en nuestras raíces comunes. “Somos muy diversos pero tenemos una cultura común no restringida a la lengua, y los latinoamericanos no hemos sabido aprovecharlo. Debemos extraer todas las posibilidades, y ese es uno de los objetivos del Centro Lynn Margulis”, un espacio que está ‘calentando motores’, pues la pandemia fue un obstáculo enorme para los centros de investigaciones, especialmente en la región.

¿Cuáles son las charlas que más le emociona escuchar? “Las de los jóvenes, que llegan a los simposios quién sabe cómo, juntando dinero, trayendo sus sándwiches, con una chaqueta del papá o del hermano, pero la frescura con la que hablan me parece fascinante; no me importa que se equivoquen”.

Aunque no duda en besar la tierra a la que llega con fines investigativos, no es una persona religiosa, pero tampoco un enemigo. “La religión es parte de la cultura, y la teoría de la evolución tiene deudas con el marco cultural judeocristiano, el principio de la creación y el juicio final. Hay una dirección lineal del tiempo, y si tengo eso, tengo un universo con historia, eventos acumulados; eso es la teoría de la evolución. La tradición judeocristiana tiene la idea de un universo ordenado, como lo dijo Santo Tomás de Aquino: ‘Puedo conocer el universo que Dios ha hecho, un universo ordenado’; me está diciendo que yo puedo saber por qué hierve el agua, por qué aparece el arcoíris o por qué surge la vida”.

El propósito de la teoría evolutiva, reflexiona, no es demostrar si Dios existe o no, sino explicar la biodiversidad del pasado y la del presente. “El choque religión-ciencia no es necesario, ni siquiera obligatorio para escoger uno u otro camino; este conflicto es, a menudo, artificial, desarrollado en el siglo XIX, porque las oposiciones sociales, políticas y teológicas eran muy fuertes; pero nos movemos en terrenos distintos”. (I)