Hace unas semanas publicaciones especializadas informaron que la corte de circuito federal en la Florida confirmó la validez del laudo arbitral en el llamado caso Caminosca. Como se recordará, en ese laudo arbitral expedido en la Florida salieron a la luz las coimas que una compañía ecuatoriana había hecho a un tal señor “Vidrio” para obtener jugosos contratos públicos, razón por la cual unos inversores australianos, que habían acordado comprar dicha empresa ecuatoriana, desistieron de la compra. Los vendedores ecuatorianos no tuvieron empacho en iniciarles un proceso arbitral a los australianos por incumplimiento contractual, proceso que terminaron perdiéndolo. Solo en el Ecuador es posible que luego de esta revelación no se lo haya encausado penalmente al Sr. Vidrio.

La reciente decisión arbitral en el caso Chevron ha puesto al descubierto varias facetas de la corrupción judicial ecuatoriana. Una de ellas es sobre la conducta de los abogados. Mientras el abogado estadounidense que patrocinó el esquema de corrupción para obtener la sentencia billonaria contra la petrolera –sentencia que no salió de la cabeza del juez sino de manos de los demandantes– fue sancionado por la Corte de Nueva York suspendiéndole de por vida su registro profesional; en cambio, en el Ecuador los abogados y jueces que participaron en ese mismo esquema de corrupción fueron premiados como héroes. Para vergüenza de los ecuatorianos dicho abogado estadounidense llegó a reconocer públicamente que lo que estaba haciendo en nuestro país –preparando la sentencia que firmaría el juez, conspirando con los asesores del presidente de la República para que el Gobierno los ayude, etc.– no lo podría hacer jamás en el suyo, pero que lo hacía acá, pues, al fin de cuentas, “this is Ecuador”.

Lo mismo podría decirse de muchos abogados ecuatorianos que se jactan de juristas e inteligentes, mientras que en su ejercicio profesional hacen cosas iguales o peores a las que hizo el abogado estadounidense en el Ecuador, con la diferencia de que acá jamás serán sancionados disciplinariamente por su conducta profesional y menos recibirán un rechazo social. Después de todo, buena parte de la élite ecuatoriana es éticamente pobre ella misma, para sancionar socialmente a estos profesionales por su conducta, o a aquellos jueces o fiscales que los ayudan. Para todos ellos “this is Ecuador” también.

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El iceberg de la corrupción es más grande de lo que creemos. A la mafia de los nuevos ricos le bastará segregar una ínfima suma de los miles de millones de dólares que se robaron en la pasada década para asegurar su impunidad. No hay que asombrarse si el Sr. Vidrio no es encausado por todos los delitos que cometió; si su tío es usado como pantalla para salvar a otros delincuentes de cuello blanco y bolsillos grandes; si el capo di tutti capi se pasa de agache; y, si quienes se enriquecieron ilegítimamente quedan indemnes.

A menos, obviamente, que los ecuatorianos no teman denunciar, apoyen la labor de gente como Julio César Trujillo, y reclamen por una comisión internacional como la de Guatemala.(O)