“La gente aquí no se tomaba las cosas en serio, pero después de un tiempo se dieron cuenta de que esto del virus no era una broma”, dice Ahmad Harb, un refugiado sirio de 35 años que vive en el campamento de Zaatari en Jordania, el que alberga a unas 80000 personas.

En los últimos tiempos las guerras y los disturbios han obligado a abandonar a millones de personas sus hogares. Al momento se conoce que más de 70 millones se han desplazado a causa de los conflictos y que de esta cifra hasta 10 millones llenan campos de refugiados y asentamientos informales y casi ninguno se ha sometido a las pruebas para detectar el virus, que a nivel mundial ha infectado a más de 2 600 000 personas y ha causado la muerte de más de 180 000.

“La mayoría de la gente ha dejado de salir a menos que sea absolutamente necesario”, dice Harb. “Se quedan en casa todo el día y toda la noche. Algunos incluso han puesto letreros en sus puertas de que “no se permiten las vivistas”.

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Aunque el relativo aislamiento de muchos de los campos de refugiados puede haber ralentizado la propagación del virus, ninguno de ellos está sellado herméticamente.

Sin pruebas, el COVID-19 puede expandirse sin control hasta que los contagiados comiencen a mostrar síntomas. Si esto ocurre, habrá muy pocas o ninguna cama en unidades de cuidados intensivos ni respiradores. Puede que no haya siquiera guantes y mascarillas.

“Las pruebas son escasas incluso en Nueva York y Noruega, y no existen en la mayoría de los países del sur (del planeta) para la gente a la que tratamos de ayudar”, señaló Jan Egeland, secretario general del Consejo Noruego para Refugiados.

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El grupo realizó recientemente una evaluación de los 30 países en los que opera y no halló suficientes pruebas realizadas por si la gente enferma.

En la provincia sira de Idlib, devastada por la guerra, solo un pequeño centro médico está equipado para recibir posibles casos de COVID-19.

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“Los niveles de saneamiento e higiene no son ideales. Estamos hablando de campamentos de refugiados, y las instalaciones son un desafío”, dice el oficial de Relaciones Externas de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur), Mohammad Tahir.

Personal realiza fumigaciones en los campamentos de refugiados en Idlib, en la zona solo un pequeño centro médico está equipado para recibir posibles casos de COVID-19.

En muchos de los campos de refugiados, las condiciones de hacinamiento y las deficientes infraestructuras pueden hacer imposible practicar la distancia social y el lavado frecuente de manos, asegura la Acnur.

El coronavirus ya ha hecho acto de presencia en Siria, donde una guerra civil de una década ha desplazado a más de la mitad de sus 23 millones de habitantes.

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En el país se registran 42 casos y 3 fallecidos, pero por el momento no se han reportado contagios en la provincia de Idlib, en el noroeste del país, donde una ofensiva gubernamental desplazó a cerca de un millón de personas a inicios de año y donde las autoridades realizaron cerca de 200 pruebas de detección del virus.

“La gente está aterrorizada porque es algo nuevo de lo que no saben mucho, y es una enfermedad que puede propagarse muy rápido”, dice Harb.

Entre refugiados en Italia, Alemania, Líbano, Irán, Australia y Grecia ya se han registrado casos positivos de coronavirus, En Grecia, las autoridades dijeron que 150 personas que vivían en un hotel para solicitantes de asilo en cuarentena habían contraído el virus.

Otros refugiados

Primer caso en Líbano

Una mujer palestina procedente de Siria se convirtió en la primera refugiada que da positivo al virus en un campo en Líbano, país que registra 21 decesos y 677 casos del COVID-19.

Bangladés

En Kutupalong, el campo más grande del mundo, donde viven cerca de 600 000 refugiados, oenegés construyen unidades de aislamiento. El país registra 3772 casos del virus y 120 muertos. (I)