En la atención, los médicos nos volvemos depositarios de la información que nos brinda el paciente. Quien llega hasta ahí busca ayuda y solución para la carga que representa una enfermedad, cualquiera que esta fuere. La historia clínica constituye el primer acercamiento entre quien busca alivio y quien está dispuesto a darlo. No es una mera enumeración de signos y síntomas que se analizan mecánicamente siguiendo algoritmos y guías establecidas. Representa la situación particular de cada individuo; su contexto familiar, íntimo y personal. Edad, grado de educación, condiciones de vida, actividad económica, hábitos, estado emocional, entre otros datos más, son parte de esa historia.

La esencia de la profesión médica radica en la confianza. La confianza no se limita a capacidad y preparación científica, sino también a la honestidad del ejercicio profesional y a la convicción de que lo que se cuente constituirá un secreto entre ambas partes. El secreto profesional es un derecho de los pacientes examinados y a él está éticamente obligado todo el personal de salud.

El paciente confía en lo que su médico le dice sobre su dolencia. El lenguaje que utilice el médico y la forma cómo transmite el resultado de su evaluación generan mayor o menor grado de confianza. El paciente tiene derecho a preguntar y los médicos tenemos la obligación de despejar cualquier duda. El paciente confía en que los exámenes solicitados son los indicados y los necesarios, así como que lo son los tratamientos que del diagnóstico se deriven. No obstante lo crónico o lo incurable de la enfermedad, el médico está llamado a atender con igual eficiencia y celeridad cada vez que sea indispensable.

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Los cuatro pilares de la ética médica se basan en los principios de no maleficencia, beneficencia, autonomía y justicia. De estos, quizás el más importante es el primero. El médico debe actuar sabiendo que su ejercicio no hará daño al paciente, ni directa ni indirectamente. Partiendo de “primero no hacer daño”, se procede a brindar el tratamiento que mejor beneficie al paciente. El principio de autonomía radica en el derecho del paciente a decidir sobre su cuerpo y sobre los procedimientos o tratamientos que recibirá. Nada puede hacerse sin su consentimiento. Por eso, el consentimiento informado es imprescindible en casos de procedimientos invasivos y en investigación clínica. El principio de autonomía incluye el secreto profesional. La información compartida por el paciente es confidencial y no puede revelarse sin su permiso. El principio de justicia es quizás el más difícil de conseguir, pues es el ideal de la atención médica: el paciente es atendido con pleno acceso a servicios de salud y tratamiento.

Hay algunas excepciones en las que el secreto profesional puede ser revelado sin responsabilidad médica, según el Código de Ética Médica vigente en el Ecuador. Todas están dirigidas a proteger al mismo paciente o a terceras personas. Por ejemplo, en caso de enfermedades infectocontagiosas establecidas como de reporte obligatorio. Pero, más allá de eso, el profesional tiene el deber ético de ser consecuente con la confianza de su paciente. (O)