A propósito del aluvión que dejó más de veinte muertos, decenas de heridos y enormes daños materiales en La Comuna y La Gasca, los deslaves de baja, mediana o alta intensidad han sido una constante en las laderas del Pichincha y han afectado a los barrios ubicados en el lado occidental de Quito.

El jueves 25 de febrero de 1975, La Gasca ya experimentó una tragedia similar cuando la fuerza del agua y el lodo se llevó todo a su paso. No llegó a ser tan devastador como el aluvión del 31 de enero de este año, pero quienes lo recuerdan cuentan su experiencia aún con pánico y desolación.

Susana Roldán: Lo primero que pensé es que era un terremoto

Susana Roldán, de 75 años, cuenta cómo vivió el aluvión de La Gasca ocurrido en 1975. Foto: Alfredo Cárdenas

Susana Roldán, contadora y empresaria textil, vivió 39 años en las calles La Gasca y Ritter. Se mudó, porque enviudó. Sus hijas se casaron y la casa ya le resultó demasiado grande. Sin embargo, guarda en su memoria a La Gasca como un barrio tranquilo, de clase media, bien mantenido y seguro.

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Le encantaba observar desde la ventana de su casa al volcán Cotopaxi. En esa época, dice, “La Gasca era el norte de Quito; se podía caminar tranquilamente…”. Hasta que el aluvión de 1975 prendió las alertas sobre la seguridad de la zona.

Hoy, esta mujer tiene 75 años y recuerda que por aquel tiempo tenía dos niñas y estaba embarazada de su tercera hija.

“Estaba en mi casa con mis dos hijas y una empleada. De pronto, sentí que la casa, a pesar de que era grande, se movía. Se oía un ruido tremendo, que es imposible de describir. Ese rato yo pensé que era un terremoto”.

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Tomó a las niñas y quiso salir de la casa. Cuando abrió la puerta vio que bajaba agua “por la misma calle que bajó el aluvión del lunes (31 de enero)”.

No olvidará jamás que cuando alzó la vista, “el lodo se estaba llevando un carro como si fuera una caja de fósforos”. Al instante, se imaginó lo peor: que el agua iba a dar contra su casa. “Sentí que el Pichincha se nos venía encima”.

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De la planta alta, donde vivía, bajó a toda velocidad para escapar con las niñas. “Mi idea era cruzar a la casa de al frente, pero cuando abrí la puerta que daba a la calle principal vi una cantidad de agua impresionante. Afortunadamente, mi casa tenía unas gradas de ingreso y eso impidió que se inundara”.

Cerró la puerta y afuera, el lodo “no se llevaba piedras, sino rocas, unas rocas inmensas, a una velocidad sorprendente”.

Se sintió “prisionera y angustiada”, dice, pues ante el desastre natural que tenía frente a sus ojos en cualquier momento podía ser arrastrada por la corriente, junto con sus dos pequeñas asustadas, que no paraban de llorar.

Ese gran susto terminó cuando la fuerza de las aguas fue disminuyendo y pasó el momento de mayor riesgo. Sin embargo, la casa sufrió daños, pues los sedimentos habían derrumbado el cerramiento posterior de la vivienda, que quedó inundada.

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Patricio Torres Silva: A mis hijos los salvó un capitán y un pintor

Patricio Torres, de 79 años, cuenta cómo vivió el aluvión de La Gasca ocurrido en 1975. Foto: Alfredo Cárdenas

“Mis hijos están vivos de milagro”. Así resume su experiencia Patricio Torres, de 79 años. En los años setenta trabajaba como periodista de El Comercio y cuando ocurrió el aluvión vivía en La Gasca, con su mujer e hijos.

“Era un barrio muy bonito, lleno de jardines, con muchas comodidades, desde donde se podía divisar a Quito en su plenitud. Allí vivían muchos militares”.

Relata que la tarde del 25 de febrero de 1975, en su calidad de reportero, fue a una rueda de prensa. Allí su amigo Luis Mejía Montesdeoca le dijo que algo grave había pasado en La Gasca, pero no tenía mayores precisiones.

Patricio buscó un teléfono para llamar a su casa, pero nadie le contestó. Entró en desesperación.

“Me preocupé y agarré mi coche”. En el camino vio cómo el lodazal cubría la calle para llegar a su casa. “No sé cómo, pero llegué; la desesperación por ver que mis hijos y mi esposa estén bien era más fuerte que sentir cómo el carro se hundía mientras avanzaba en el lodo”.

Cuando al fin llegó, vio la dimensión del aluvión y a los suyos, de suerte, a salvo. “Fue una escena apocalíptica, sentí un miedo brutal, pero cuando vi a mis hijos sentados en las gradas de una casa vecina, me tranquilicé”.

Su hijo Diego, que tenía 9 años, había sido quien tomó la iniciativa. “Me contó que estaba haciendo los deberes en un escritorio, cerca de la sala, cuando, de pronto, todo se había ensombrecido y empezaron a romperse los vidrios de las ventanas”.

Tras el susto del estruendo, el lodo, que había roto el cerramiento del jardín, empezó a meterse por todo lado.

El pequeño Diego corrió a la parte alta de la casa, pero se dio cuenta de que no estaban sus hermanos menores, de 7 y 5 años. Bajó las gradas y logró sacarlos. De esos ajetreos, solo recuerda “un ruido feroz”.

Cuando los tres hermanos estuvieron juntos -recuerda Patricio-, fueron rescatados por un capitán del Ejército, que era vecino, y un maestro pintor que había trabajado en la casa una semana antes. “Ellos se habían metido en el lodo y lograron sacar a los niños y los llevaron a su casa. Por eso digo que mis hijos están vivos de milagro”.

Este periodista retirado cree que al menos unas diez o doce casas se inundaron ese día y que había troncos y rocas por toda la avenida La Gasca. Los sedimentos llegaron hasta la 10 de Agosto. “Claro que con menor intensidad frente a lo que pasó ahora; mi casa sí pudo soportar el aluvión”. (I)