Ramiro Castillo se desempeña como relojero desde hace 45 años. Su puesto está ubicado en las calles Venezuela y Rocafuerte. Ya tiene más de 30 años en el centro histórico de Quito. Una historia de amor nació a partir de su vocación, pues el maestro que le enseñó todo sobre los relojes se convirtió años más tarde en su suegro.

El oriundo de Chimborazo llegó a la capital de Ecuador con el sueño de surgir profesionalmente, al poco tiempo conoció a su maestro en la relojería, de a poco fue cultivando una experiencia que ahora lo avala como uno de los mejores en su campo.

Este trabajo conlleva mucha paciencia y dedicación, explica Castillo, pero es una práctica a la que le tomó gusto. De lunes a sábado atiende de 09:00 a 18:00 en su local dedicado a relojería y joyería.

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Con una sonrisa en el rostro comenta que mientras seguía aprendiendo del arte se cruzó en el camino con la hija de su profesor, en varias ocasiones, luego de algún tiempo tomaron la decisión y le informaron que serían una nueva familia.

Después completó su formación en la Asociación de Relojeros, un cuadro con el diploma se exhibe a su espalda, en medio de una cabina de unos dos metros de largo por uno de ancho. Ese es su fortín.

Ramiro señala que durante todo este tiempo ha tenido una serie de anécdotas en su local. Por ejemplo, varios relojes han quedado en el olvido hasta por diez años, y luego de mucho tiempo los dueños han llegado a preguntar si todavía los conserva.

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“Han regresado los clientes, han dicho ‘vea, yo tenía un reloj aquí, pero hace tiempos, hace cinco, ocho o diez años’, y yo les he devuelto (…); solo les cobro el valor que tenía la factura, ni más ni menos”, agrega.

Siempre siente recelo de vender los relojes olvidados. Actualmente tiene un lote de 30 aproximadamente que no han sido reclamados por sus dueños, pero ya están arreglados. Algunos ya fallecieron, por eso mantiene un respeto a los propietarios, a la espera de que algún heredero regrese.

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Como clientes mantiene el recuerdo de personajes públicos como el exalcalde de Quito Paco Moncayo, también han pasado muchos concejales, en diferentes administraciones, quienes han pedido arreglar una serie de modelos diferentes.

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Con añoranza recuerda que en el pasado el negocio resultaba rentable. Ahora, por la tecnología, los celulares y las nuevas tendencias ya no tienen como prioridad el uso de relojes, incluso las joyas. “Los jóvenes ya no quieren reloj porque tienen en el celular, y las joyas tampoco porque les pueden robar”, agrega.

Pese a todo, Ramiro Castillo es agradecido por el trabajo que le permite mantener cada día a su familia. Con cuatro hijos, dos son profesionales y dos están estudiando en la universidad. Todos con el recuerdo del abuelo, quien le permitió iniciar en este trabajo que se acerca al medio siglo en la capital. (I)