Afuera del velorio, Patricio Minango llora la muerte de su madre, Rosa Guamán, y de su sobrina Johanna Iza. Adentro, los vecinos y familiares se acercan a los ataúdes y se despiden.

Las dos mujeres, que vivían en una pequeña construcción de La Comuna, fueron sepultadas por el aluvión del lunes pasado.

Cuenta que ese día salió a hacer unos trabajos de pintura en Las Casas y que, apenas supo de lo ocurrido, fue a ver a su mamá. Pero solo encontró escombros.

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“Después de remover una parte, logramos encontrar el cuerpo de mi sobrina, que se había quedado atrapada entre la puerta. Mi madre no asomaba. Yo tenía la esperanza de que estuviera en algún hospital, porque a todos les estaban llevando a los hospitales”.

En medio del caos, Patricio preguntó y preguntó, pero no obtuvo respuesta sobre el paradero de su madre.

“Mis hermanas fueron a preguntar en todos los hospitales y no encontraron información. Yo todavía creía que podía estar en algún hospital, pero no fue así”.

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A las 10:00 del 2 de febrero, los rescatistas encontraron el cuerpo de Rosa. “La sacaron con una retroexcavadora de los escombros”, dice. Y empieza a llorar.

El hombre, de 40 años, intenta calmarse para continuar con el relato. Hace una pausa y se refugia en los recuerdos con sus dos seres queridos. Su madre tenía 73 años y trabajaba haciendo quehaceres domésticos.

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“Lo último que me acuerdo de mi mamá es que me dijo que vaya a visitarla, porque quería regalarle a mi hijo de 4 años unos carros. Eso es lo que más me duele, porque no pude ir a verla. Si yo iba, tal vez hasta hubiera estado en el cielo con ella”.

QUITO.- En la casa comunal del barrio La Comuna, Patricio Minango realiza el velorio de su madre y sobrina, quienes fallecieron en el aluvión, el lunes 31 de enero. Foto: Carlos Granja Medranda

En el velorio, las sillas estaban ocupadas por completo. Alrededor de los que lograron un asiento también había una hilera de personas que contemplaban los dos féretros. A unos pasos, un centro de acopio de los dirigentes comunales recibía a las camionetas con las donaciones para los damnificados.

A Patricio, además del dolor, le pesa la indignación con las redes sociales, pues llegó a saber que en una cuenta de Facebook se pedía dinero para su familia, sin que ellos supieran nada.

La casa de ladrillos se encontraba en el terreno que está más abajo de lo que fue la cancha de vóley, en el lugar que recibió el impacto más fuerte. Toda la estructura de la cancha, vehículos, piedras y troncos que fueron arrastrados terminaron sobre la casa. Por eso demoró en el hallazgo de los cuerpos.

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“Mi madre vivió cuarenta años ahí, arrendando. Yo me fui a ver y unas personas se estaban sacando las cosas. Yo fui a buscar algo de mi madre, pero nada. Solo tengo una fotito de ella que logré rescatar”.

Patricio no olvida los consejos de su mamá, que era muy religiosa. Y ahora, a pesar de la pena, agradece que los ataúdes fueron donados y que los gastos del cementerio se cubrieron con el aporte de todos los familiares.

“Mi madre me dijo una vez que le recuerde en los buenos momentos, en las alegrías de lo que ella fue. Eso me estoy llevando en mi corazón. Pero ya no iré por donde ella vivía, porque hay muchos momentos… Ahora no hay nada”.

Patricio suspira y llora. Luego de que pone fin a su historia, se queda mirando en dirección al sitio donde vivió su mamá. (I)