La crecida de un río puede ser devastadora, particularmente en los asentamientos humanos que suelen rodearlos. Sin embargo, las inundaciones son un proceso natural que tienen una serie de efectos, tanto positivos como negativos.

Luis Domínguez, docente investigador de la Escuela Superior Politécnica del Litoral, explica que “las inundaciones promueven la vida”, pues cuando las aguas se vierten sobre los humedales (o zonas inundables), proveen hábitats para especies migratorias o para la reproducción de peces de agua dulce, que suelen ser parte importante de la dieta de poblaciones rurales. Pone el ejemplo del humedal Abras de Mantequilla, en Los Ríos.

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Las zonas de influencia de ríos, además de inundarse, también son las más fértiles para la producción. Las aguas crecidas arrastran nutrientes, que se sedimentan y fertilizan el suelo.

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La zona de influencia del río Daule, por ejemplo, provee de sustento alimentario al 25 % de la población del país, según el proyecto La Fuente, que busca conservar la cuenca de este afluente.

Sin embargo, asentar un cuarto del poder productivo de comida alrededor de la zona de influencia de un río también significa arriesgarse a pérdidas materiales y humanas por inundaciones, exacerbadas por el cambio climático antropogénico.

“Hemos luchado por demasiado tiempo contra la naturaleza”, expresa Domínguez sobre la planificación urbana y rural que busca, con muros y demás medidas, evitar las inundaciones, características de cada temporada invernal en la Costa ecuatoriana.

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Señala que muchos municipios rurales, confiados en muros construidos “hace diez o quince años”, han expandido la producción en zonas inundables, sin tomar en cuenta que esas barreras fueron elaboradas con un clima distinto en mente, con crecidas de menor intensidad.

Del 1 de enero al 16 de febrero de 2024, la Secretaría de Gestión de Riesgos ha registrado 570 eventos peligrosos por lluvias, entre ellos 271 inundaciones, 172 deslizamientos, 58 colapsos estructurales y 25 vendavales. Los Ríos, Guayas y Esmeraldas son las provincias más afectadas por la temporada lluviosa.

En Pedernales, Manabí, por ejemplo, el desborde del río Beche afectó a las viviendas de 287 familias.

Domínguez propone que la solución radica en aprender a vivir con la naturaleza, pues es posible aprovechar las zonas inundables fértiles y a la vez mitigar los daños que causa la crecida de un río. Pone como ejemplo las estructuras tradicionales de casas rurales.

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“Recuerdo de niño ver casas en Babahoyo que no estaban construidas al nivel del suelo, sino en una zona elevada. Abajo tienen animalitos y un pequeño bote en la tierra. El dueño de esa casa sabe que esa casa es inundable y sabe que lo que tiene que hacer cuando haya una crecida es coger su botecito y desplazarse en él, pero todos sus enseres están a buen recaudo”, explica Domínguez.

Esta filosofía de adaptarse, añade, debería verse reflejada en las políticas públicas. Deben existir compensaciones para agricultores que pierdan sus cultivos que están en áreas inundables, por ejemplo.

La estrategia que han llevado a cabo las distintas municipalidades de la zona de influencia del río Daule, pone de ejemplo el experto, es tapar los humedales, o áreas inundables, esperando evitar futuras inundaciones.

Esto deriva en que las comunidades que están río abajo reciban un mayor volumen del agua.

“Cuando hay una crecida a lo largo de un río, es como una canaleta inclinada. Si le hacen orificios a lo largo de la canaleta, el agua irá descargándose a lo largo de todo el cauce, de forma que al que está más abajo no le llega todo el volumen. Pero los municipios a lo largo del río han ido tapando los huecos, los humedales”.

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Monserrate Vélez, secretaria técnica del Fondo de Agua de Guayaquil para la Conservación de la Cuenca del río Daule, explica que la deforestación también influye en la intensidad de las inundaciones.

La falta de vegetación en los suelos circundantes a los ríos reduce su capacidad de absorción de agua y lo vuelve más propenso a erosionarse. Las malas prácticas agrícolas son una de las causas de estos fenómenos.

“Hay que pensar cómo la agricultura y la ganadería no están siendo manejadas con prácticas que ayuden al suelo a retener agua. Un suelo con mayor capacidad de absorción ayuda a que las inundaciones sean menos impactantes”, indica.

La suma de estos factores resulta en un ciclo de “causa y efecto”, señala la experta, quien ejemplifica este ciclo con la “estrecha relación” que existe entre el fenómeno de la erosión y la turbidez del agua.

A mayor lluvia, mayores sedimentos que generan turbidez, afectando a los esfuerzos de potabilización de las aguas de los ríos, explica. Vélez señala que Fondagua ha encontrado niveles “catastróficos” de erosión en las microcuencas de la zona entre Jipijapa, Paján y 24 de Mayo, en Manabí.

Estos fenómenos también afectan a la flora y fauna de los ecosistemas fluviales, pues pierden espacio para desarrollarse cuando se acumulan demasiados sedimentos. Las inundaciones también arrastran peces y otras especies a lugares donde no deberían estar, como calles pavimentadas en el caso de Guayaquil.

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Adicionalmente, algunos animales pueden morir por no poder escapar lo suficientemente rápido de las crecientes. En 2012 una inundación en el parque nacional Kaziranga, en India, por ejemplo, mató a cientos de animales, incluyendo a rinocerontes en peligro de extinción.

Vélez concuerda con Domínguez en que las inundaciones son un fenómeno natural que tiene beneficios para los ecosistemas. Domínguez añade, incluso, que son importantes para que los acuíferos, que son cuerpos de agua subterráneos, recuperen sus reservas de líquido. Las poblaciones rurales, agrega, dependen de esta fuente de agua para subsistir. (I)