Nota de redacción: Estos y otros temas serán abordados en el foro “Educación como política de estado: Vivencias y dificultades”, al que Diario EL UNIVERSO invita este 17 de julio, de 17:00 a 20:00 en el Aula Magna de la UEES (av. Samborondón).


La socióloga australiana Judy Singer acuñó el término neurodivergente en 1998 en un esfuerzo por describir cómo el cerebro de cada persona funciona y se desarrolla de forma única, poniendo énfasis en la diferencia, no en ser menos o más que alguien con otras habilidades o facultades.

El término se ha vuelto popular, y se usa para describir a personas con una variedad de condiciones, como estar en el espectro del autismo, dislexia, síndrome de Down, trastorno por déficit de atención, afectaciones a la salud mental, como el trastorno bipolar y el obsesivo-compulsivo, entre otras condiciones.

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Entender estas diferencias se vuelve esencial en el proceso educativo, considerando que hay 4.179 estudiantes en el espectro autista en el Sistema de Educación Público, según datos divulgados en abril pasado por el Ministerio de Educación. Su desarrollo sigue hasta el bachillerato, pero las universidades e institutos técnicos de educación superior también han incrementado sus consideraciones y estrategias específicas para tomar con estudiantes neurodivergentes.

Un ejemplo es el de la Universidad Casa Grande (UCG). Magali Merchán, psicóloga clínica y especialista en apoyo focalizado a estudiantes de esa institución, explica que la estrategia educativa con alumnos en el espectro del autismo, por ejemplo, se inicia desde que buscan matricularse.

El Departamento de Bienestar Estudiantil, del que es parte, se reúne con el aspirante y sus padres para brindar guía vocacional (en caso de que el estudiante esté indeciso sobre qué estudiar). En ese momento preguntan si el alumno tiene algún diagnóstico profesional, además de solicitar información previa, como reportes de autoridades de colegio.

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“Se les hace un perfil cognitivo, lo cual se combina con los datos que los padres nos dan y de colegios previos (...). Se resume en conocer sus fortalezas y aprovecharlas”, dice.

La transición entre colegio y universidad, agrega, puede ser problemática tanto para alumnos como para padres, con quienes el equipo profesional está en constante contacto.

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Una vez que el aspirante se decide por una carrera y entra al proceso de inducción, ellos participan en las mismas actividades que el resto de alumnos, solo que con un acompañamiento del equipo de Merchán, que observa cómo el estudiante se desenvuelve, cómo se relaciona con otros.

Esta dinámica se repite cuando el alumno ya está cursando las materias normales. Señala que se trabaja en conjunto con los profesores para asegurar que se logre una integración plena del alumno.

Sin embargo, este es el proceso normal cuando la universidad sabe del diagnóstico del aspirante. Muchos padres no dicen el diagnóstico de sus hijos por miedo a que no los acepten, explica la psicóloga.

También hacen monitoreos de clases y reciben informes de profesores, lo que los ayuda a identificar a estudiantes que podrían tener un diagnóstico y la universidad no lo sabe.

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La metodología de la UCG es distinta a la de otras instituciones: la gran mayoría de tareas son grupales, lo cual podría resultar difícil para alumnos con problemas para socializar, y las instancias de simulación profesional también son actividades en grupo.

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Merchán señala que en esos casos se trabaja con la familia y con los profesionales externos que atienden a los alumnos que fortalezcan el aspecto de trabajo en equipo. También intervienen, de ser necesario, pidiendo al profesor que cambie al estudiante de grupo.

Explica que las universidades, por ley, no pueden cambiar el currículum de estos alumnos, pero sí pueden acomodar otros aspectos. (I)