Para 2025, entre 5,3 y 5,5 millones de ecuatorianos vivirán en áreas con altos niveles de aplicación de pesticidas. Esta es la estimación a la que llegó un grupo de científicos de instituciones como la Universidad de British Columbia y la Universidad de Stanford en un estudio publicado en la revista científica GeoHealth en julio de 2023.

Usaron un método de análisis geoespacial para determinar dónde intersecan las zonas de mayor aplicación de pesticidas y focos poblacionales.

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Calculan que el 28 % de los ecuatorianos vive en zonas con alta frecuencia de aplicación de pesticidas.

El reto de una producción más limpia

Identificaron que la utilización de pesticidas fue “particularmente alto” en provincias costeras donde se han asentado las industrias exportadoras de banano, palma, arroz, caña de azúcar y cacao.

Sus hallazgos son congruentes con números que reportó la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura: en 2018, Ecuador fue el segundo país a nivel mundial con el mayor promedio de pesticidas aplicados por hectárea de tierra dedicada a la agricultura, con 26 kilogramos, cifra superada solo por Mauricio (África), con 28 kilogramos.

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El riesgo por el uso del glifosato, ‘probablemente cancerígeno’, como madurante de la caña de azúcar se aleja en los campos del Guayas

La estadística de las Naciones Unidas toma en cuenta el uso de insecticidas, aceites minerales, herbicidas, fungicidas y bactericidas, rodenticidas, reguladores de crecimiento de plantas, y demás químicos.

Uno de los puntos claves resaltados dentro del estudio de GeoHealth es que “las zonas de alto uso de pesticidas crean riesgos para poblaciones humanas, la biodiversidad y ecosistemas protegidos dentro de parques nacionales”.

Uno de los químicos que estudiaron fue el glifosato, herbicida reconocido como un “probable cancerígeno” por la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer (IARC, por sus siglas en inglés), una división de la Organización Mundial de la Salud.

Hasta enero de 2024, según datos de Agrocalidad, existen 92 productos elaborados con glifosato que se comercializan en el país. El componente está prohibido en 36 países.

El glifosato evita que las plantas absorban nutrientes del suelo y de la fotosíntesis, inhibiendo procesos vitales que les permiten vivir. Es un herbicida no selectivo, esto significa que actúa en todo organismo que toque. Se usa generalmente para limpiar maleza antes de la siembra.

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Este componente es ampliamente utilizado en Ecuador y en el mundo. Es asequible en el país: según datos del Ministerio de Agricultura y Ganadería, es el segundo agroquímico más barato en promedio de los ingredientes activos monitoreados por la cartera de Estado. El litro de glifosato con concentración al 48 % está a $ 5,41. Solo el 2,4-D Amina, otro herbicida considerado como un posible cancerígeno por la IARC, es más barato ($ 5,34).

El glifosato fue usado por el Gobierno colombiano en el pasado para fumigar la frontera con Ecuador, con la esperanza de arruinar plantaciones de coca. Esto llevó a que Ecuador demande internacionalmente a Colombia en 2007.

La Comisión Científica Ecuatoriana, encargada de analizar los efectos de esta práctica en la población de la frontera norte, llegó a la conclusión de que la exposición a glifosato altera la estructura genética, aumentando las probabilidades de desarrollar cáncer, infertilidad o tener hijos que presenten problemas malformativos.

Pablo Ochoa, docente del Departamento de Ciencias Biológicas y Agropecuarias de la Universidad Técnica Particular de Loja, fue coautor de una investigación publicada en 2021 que determinó una manera de calcular el nivel de exposición a pesticidas en localidades de once cantones de la provincia de Loja. El primer factor que tomaron en cuenta fue la distancia de un cultivo a una población.

El Reglamento Interministerial para el Saneamiento Ambiental Agrícola, vigente desde el 4 de febrero de 2015, indica que viviendas y centros educativos deben a estar a un mínimo de 200 metros de un cultivo. Esta fue la distancia que Ochoa y los otros investigadores tomaron como referencia para desarrollar su índice de exposición a pesticidas.

“Hay otros países de la región que tienen distancias mayores, como Brasil”, dice Ochoa.

El segundo factor que utilizaron fue la peligrosidad de los químicos aplicados. El tercero fue la frecuencia con la que se aplican, lo cual varía dependiendo del tipo de cultivo.

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Analizaron plantaciones de maíz, arroz y caña de azúcar, que son las de mayor extensión en la zona escogida.

De 5.326 localidades estudiadas, encontraron que 1.030 estaban altamente expuestas a pesticidas, 1.124 a un nivel mediano y 1.009 a uno bajo. Esto significa que el 59,3 % de los barrios sujetos a estudio estaban expuestos a pesticidas.

En estudios consecuentes, de entrevistas que ha realizado Ochoa junto con su equipo en Loja, el 99 % de los entrevistados, trabajadores del agro encargados de fumigar, tenían síntomas de intoxicación por exposición a pesticidas, como náuseas y ansiedad.

Los agroquímicos contaminan fuentes de agua

Luis Domínguez, docente investigador de la Espol, ha estudiado la contaminación de agroquímicos en las aguas de la cuenca del río Guayas. En sus estudios ha identificado a las industrias bananeras y arroceras como las mayores fuentes de contaminación.

Esto podría afectar a fuentes de agua potable. Domínguez señala que las regulaciones actuales de la Agencia de Regulación y Control de Agua y del Servicio Ecuatoriano de Normalización (INEN) no les exigen a las compañías potabilizadoras de agua medir residuos de estos químicos en el agua.

En la resolución NRO. ARCA-DE-016-2022, que establece los parámetros de control para agua potable, se detallan aspectos a controlar, como el color, coliformes fecales, pH, arsénico, plomo y mercurio. No menciona residuales de pesticidas.

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Lo ideal, menciona, sería que Ecuador tenga un programa nacional de monitoreo de calidad de agua y de pesticidas presentes en las fuentes de agua.

“Hay estudios que encontraron pesticidas en el manglar y los cangrejos que comemos”, enfatiza Domínguez.

El experto considera que la creciente demanda y la lógica de mercado de siempre producir más obliga al sector productivo a usar estos químicos. Esto, sumado a que en su experiencia no existe un manejo técnico de los mismos, lleva a riesgos.

“Si usted visita el campo, verá que quien los asesora en cuanto al manejo de pestes no es una entidad de gobierno, sino que es la misma que se encarga de vender estos productos. En ese sentido hay una debilidad. Es probable que haya un uso excesivo de agroquímicos”, indica Domínguez.

También critica la poca protección de las riberas del país, que deberían tener una barrera vegetal para protegerlas.

Aunque la legislación ecuatoriana les otorga esa protección, según Domínguez, esto no se aplica en la práctica, y se ven cultivos al pie de ríos. Tener vegetación alrededor de las riberas ayudaría a que los pesticidas no terminen en el agua.

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La forma de aplicar los químicos también influye en cómo estos pesticidas pueden llegar a la población. No solo se trata de consumirlos por medio de alimentos: la aplicación aérea (por avionetas), común en la industria bananera, añade Domínguez, significa que el viento puede llevar los químicos a fuentes de agua, poblaciones y vegetación cercana.

“Puedo estar expuesto por mi piel, en los balneareos. En el campo una actividad recreativa común es ir a bañarse al río. Si toca mi piel puede contaminarme, o tal vez si no lavo mis productos”, además de la posibilidad de que estén en el agua potable.

Una estrategia que propone Domínguez es la presión de los consumidores para exigir prácticas más saludables y sostenibles. Existen otros métodos de control de pestes alternativos que podrían explorarse, como la agricultura orgánica.

Posibles daños genéticos

Paulina Arévalo, docente del Departamento de Ciencias de la Salud de la Universidad Técnica Particular de Loja, investiga los efectos de plaguicidas utilizados masivamente en la industria agrícola en células humanas cultivadas.

“Hay compuestos que tienen un efecto genotóxico, o sea, dañan nuestro ADN. Esto se relaciona a un sinnúmero de enfermedades, como el cáncer”, explica la experta.

Las células expuestas a agentes tóxicos, además, presentaron un mayor daño respecto a células que no.

Además, hay ciertos tipos de moléculas en las células que se activan cuando hay daño en el ADN. Arévalo señala que estas se activaron en mayor medida en células expuestas a ciertos tipos de plaguicidas. “Es decir, se activan los mecanismos de reparación del cuerpo”, indica.

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Arévalo resalta que es necesario que la población sepa que el cuerpo tiene estos tipos de defensas contra el posible daño genético.

“Resulta crítico, da miedo escuchar que estamos expuestos a agentes tóxicos, pero las células pueden reparar ese daño o incluso activar la muerte de células muy dañadas para evitar un cáncer, por ejemplo”.

También se pueden activar enzimas que protegen contra el estrés oxidativo que pueden generar estos químicos.

A pesar de estas defensas, una exposición crónica por vivir cerca de un cultivo va a derivar en enfermedades.

El cáncer de mama, de próstata, vejiga y la leucemia están asociados a este tipo de productos usados en el agro.

Sin embargo, Arévalo expresa que los estudios se enfocan en trabajadores masculinos, pero también es necesario analizar más los efectos en las mujeres, pues “también apoyan” el trabajo en el campo. (I)