Lleva más de 40 años estudiando la forma de combatir la corrupción. El profesor estadounidense Robert Klitgaard está de visita en Ecuador, haciendo seguimiento a la cooperación que el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidad (PNUD) ha dado al país en esa materia.

Ha escrito doce libros sobre la corrupción y ha dictado clases en las mejores universidades del mundo, como Harvard, Yale y Oxford. Ahora es profesor en la Claremont Graduate University, en California.

Su visita coincidió con la creación de la Secretaría de Política Pública Anticorrupción, entidad adscrita a la Presidencia de la República que estará dirigida por Luis Verdesoto. En estos días, Klitgaard se ha reunido con funcionarios públicos, organizaciones civiles y periodistas. En cada entrevista advierte que no hablará sobre temas internos de Ecuador. “No los conozco; llevo poco tiempo acá”, se excusa diplomáticamente.

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Aunque abiertamente sostiene que no existe una receta para erradicar la corrupción, sus pensamientos delinean una serie de hitos necesarios para combatirla. En un corto diálogo con EL UNIVERSO hizo un repaso de ellos.

Uno de sus planteamientos más difundidos es la necesidad de “freír peces gordos”, es decir, castigar a los corruptos de cuello blanco, que están en la cúspide del poder. No se trata de procesar a funcionarios de nivel bajo o medio, sino de personajes visibles (mandatarios o grandes empresarios) que han usado su poder para favorecerse ilegalmente y, claro, sancionarlos en proporción a sus actos. Esto, argumenta, devuelve la confianza en las instituciones.

Un fuerte componente de sus estudios ha sido cómo fortalecer a las instituciones estatales, cómo hacerlas más eficaces, para evitar la corrupción. Propone un sistema de compensaciones y castigos medibles. Como académico con raíces en el mundo de la economía, su pensamiento más técnico se ha concentrado en analizar los indicadores necesarios para medir la efectividad de las acciones estatales.

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Es consciente de que esos indicadores son más difíciles de aplicar en ciertos contextos, como en sociedades invadidas por el crimen organizado. “Pero no es imposible”, advierte. Muestra de ello, ejemplifica, son la Colombia de los años 90 o el actual México que han podido soportar el embate de las mafias.

Una clave para contrarrestarlas, asegura, es fortalecer la cooperación internacional y entender al crimen organizado como un sistema con el fin de infiltrarlo y desmoronarlo.

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“Sistema” es una idea central en sus alocuciones. Por eso, no cree que el tema de la corrupción se resuelva impartiendo clases de civismo o ética en las instituciones educativas.

La corrupción no es un tema de comportamiento social, sostiene. Por ejemplo, agrega, en un país donde la corrupción sea sistémica, la gente puede ser buena en sus relaciones, no hacerse daño entre sí. Sin embargo, esas mismas personas pueden estar obligadas a dar sobornos para acceder a un hospital. “Es gente atrapada en un sistema”, concluye, un sistema que Klitgaard se esfuerza por cambiar. (I)