Justo cuando el presidente Barack Obama intentaba sostener un debate razonado sobre el control de armas de fuego esta semana, Donald Trump estaba comprometido en consentir a la multitud por los derechos a las armas –prometiendo, como presidente, abolir leyes que las prohíben en las escuelas–. “En mi primer día, se firma, ¿está bien?”, dijo Trump en un mitin de campaña el jueves en Vermont. “En mi primer día. Ya no habrá ninguna zona libre de armas”.

Aun para los estándares de Trump en la grandilocuencia desinformada, la promesa fue asombrosa por la ignorancia del hecho de que numerosos gobiernos locales aprobaron las zonas libres de armas; las aprobaron cuidadosamente porque estaban preocupados por la violencia que aflige al país; asombroso también, por la arrogancia con la que eliminaría de un plumazo medidas de seguridad que se promulgaron después de que asesinaron a 20 niños y seis educadores en la masacre ejecutada con un rifle de asalto hace tres años.

Fue asombroso, también, por el contraste con la defensa televisada que Obama hizo de sus propias propuestas modestas sobre las armas, para la cual solicitó la completa y justa atención de los precandidatos presidenciales en este año, para que todos pudieran abordar racionalmente las genuinas inquietudes populares con la desalentadora realidad de las 30.000 muertes por arma de fuego al año.

Trump pronto arruinó esa esperanza, aunque su respuesta ha sido peor que la de los otros precandidatos republicanos, que por todas partes han pregonado evasiones simplistas y desinformación peligrosa. “Obama quiere sus armas”, advierte un lema engañoso en el sitio web del senador Ted Cruz para recaudar fondos, donde también está una fotografía de un Obama distorsionado para presentarlo con un casco de ataque y uniforme de combate, listo para confiscar cientos de millones de armas de fuego que hoy están en manos de la gente. Estas son algunas de las ficciones alucinantes que pregonan oportunistas como Cruz, mientras complacen a una industria del armamento enriquecida con una tasa de mortalidad por armas de fuego muchísimo más alta que la de cualquier otro país moderno.

Tristemente, la época de auge para los fabricantes se hace cada vez más clara con cada nuevo estallido de matanzas con armas de fuego, y con cada petición de seguridad que hace el presidente y se ignora.

El año pasado, mientras los continuos tiroteos masivos sacudían a Estados Unidos hasta la casi desesperanza, la revisión de antecedentes de ansiosos compradores de armas de fuego llegó a su nivel más alto, de 23 millones, en comparación con nueve millones en 1999. Uno tras otro, los precios de las acciones de los principales fabricantes siguieron disparándose, aumentando más de 900 por ciento desde que Obama asumió el cargo. Un gerente de inversiones casi frívolo elogió al presidente como “el mejor vendedor de armas en el planeta”, como si los republicanos, con sus irracionales advertencias de campaña, no fueran los supervendedores de la industria.

La única esperanza es que los precandidatos demócratas a la presidencia no han tenido miedo en plantear el problema en sus campañas sin demagogia, y para proponer leyes más seguras. A pesar de toda la exagerada influencia política asociada al cabildeo de la industria de las armas de fuego, es posible que al menos un partido esté listo para retar al estilo de Oz a la Asociación Nacional del Rifle. En algún momento, el electorado debería obligar a quien quiera que resulte ser el candidato republicano que salga de detrás de la cortina de la bravata de los derechos a tener armas de fuego y enfrente el debate sobre la implacable violencia relacionada con ellas que hay en Estados Unidos.

© 2016 New York Times News Service. (O)

El año pasado, mientras los continuos tiroteos masivos sacudían a Estados Unidos hasta la casi desesperanza, la revisión de antecedentes de ansiosos compradores de armas de fuego llegó a su nivel más alto, de 23 millones, en comparación con nueve millones en 1999.