Hace unos años en un libro escrito en México denominado ¿Y ahora qué..? Itinerario de la eterna desilusión en América Latina había advertido sobre los costos que suponía para el ejercicio de la política un cambio de era tan profundo cuyos efectos en medio del jolgorio de algunos y la confusión de otros parecía no apreciarse con claridad. El surgimiento de unos pocos grandes ganadores y una inmensa lista de perdedores no podía sostenerse sin conflictos por un largo tiempo. Se pudo evitar por una década con ese elefante llamado China, que consumió materias primas en volúmenes notables y que sostuvo entre nosotros la “revolución del siglo XXI” por un buen tiempo. El discurso era antiglobalizador y hegemónico, pero se sostenía en los que odiaba. Estos también crecían y por lo tanto no había muchos problemas de incoherencia ni cinismo que dominaban no solo la retórica sino los hechos concretos.

La Venezuela de Chávez llenaba de insultos al Gobierno americano, pero seguía refinando su petróleo en Luisiana y vendiéndolo en gasolineras ubicadas en territorio del “imperio”. Con los demás pasaba casi lo mismo. Se podía estar en la procesión y en el campanario al mismo tiempo sin muchos dramas ni conflictos. A pesar de las advertencias contenidas en dicho libro, las cosas continuaron hasta que las materias primeras cayeron en demandas y la caída del capitalismo en el 2008 puso en evidencias las contradicciones y el cinismo de manera más que evidente. Se apoderó de muchos la confusión y el proceso globalizador e integrador que parecía no tener nadie que lo confronte entró en abierta contradicción interna. Los perdedores o las víctimas del precariato (gobierno de los que crearon las condiciones precarias en las que vivimos) comenzaron a emerger anhelando los tiempos idos. El viejo orden con su margen de previsibilidad y seguridad había dejado de existir y los culpables fueron los pocos ganadores que se convirtieron al odiado establishment. Solo faltaba la mecha y terminó por estallar.

El precariado de Standing ha elevado su voz y comienza a reforzar su elección de líderes populistas que ahora ya no son propiedad monopólica y exclusiva de la izquierda. Ortega, Maduro, Morales, Correa se parecen muchísimo a Trump, Le Pen y otros líderes europeos.

Los británicos nunca convencidos de la integración europea dieron el portazo de salida que continuó con un Trump que abandonó el más esperanzador mercado común: el del Pacífico, para terminar por deportar a inmigrantes indeseados y levantar muros. El nuevo orden había llegado de la mano de los precarios ciudadanos que miraban con nostalgia los tiempos idos sin poder entender que ese tiempo tal vez nunca más pueda volver. Guy Standing, en el poco sospechoso World Economic Forum, lo retrata muy bien en un artículo que pasó desapercibido en el último foro de Davos, convertido en la reunión de los cínicos, ganadores e incoherentes habitantes de un tiempo de malestares globales.

Ahora hay que crear un nuevo orden. El posglobal no se erige con claridad y parece que en la práctica política solo pueda tolerar gobiernos autoritarios y coherentes que lo guíen y perfilen. El precariado de Standing ha elevado su voz y comienza a reforzar su elección de líderes populistas que ahora ya no son propiedad monopólica y exclusiva de la izquierda. Ortega, Maduro, Morales, Correa se parecen muchísimo a Trump, Le Pen y otros líderes europeos. Ellos representan el precariato, un modo de vivir y de entender un cambio de era que debe resolverse pacíficamente o vamos directamente a un conflicto bélico de escala mundial muy pronto, con fascistas de izquierda y de derecha unidos en un solo as de corazones. (O)