Estamos en una época en la que las personas están adquiriendo una conciencia –quizás leve– sobre los problemas que debemos enfrentar quienes vivimos en entornos urbanos. Las nuevas tendencias de estudios urbanos buscan mejorar la calidad de los espacios públicos y con ello sus niveles de seguridad, de interacción social e intercambio económico. Justo ahora, que hay más personas viviendo en las ciudades que en los campos, surge una nueva cultura preocupada por afectar la vida de las personas de manera positiva, a través de mejorar los espacios colectivos de coexistencia.

Una de las características de esta nueva tendencia cultural es el cuestionamiento agresivo a la arquitectura y al urbanismo producidos en los tiempos de apogeo del movimiento moderno. Se entiende al modernismo como el origen de todos los males que nos aquejan en la actualidad. Obviamente, los dedos apuntan de manera acusativa a los personajes más sobresalientes de aquella época. Le Corbusier, Mies van der Rohe, Walter Gropius son vistos como los destructores de las ciudades a nivel mundial. Jane Jacobs llegó a declarar en alguno de sus escritos que “Le Corbusier destruyó más ciudades en Europa que la Luftwaffe”; y dicha cita se ha vuelto muy popular en las nuevas generaciones.

De manera paralela surgen movimientos tradicionalistas que ven al modernismo como una expresión insípida de nuestros tiempos. Evocan con nostalgia los tiempos en que la expresión de la arquitectura era más figurativa y pegada a los órdenes clásicos; y exigen un retorno a dichos patrones constructivos.

Definitivamente, no se puede decir que el movimiento moderno no tuvo sus desaciertos. Sin embargo, creo que se debe ser justo con sus aportes, antes de proceder a la dilapidación ciega y casi fundamentalista. No se puede juzgar ningún hecho histórico si no se revisan su espacio y su tiempo. El modernismo fue la única alternativa viable para poder reconstruir todos aquellos espacios desolados por la guerra en Europa y Asia. Un daño masivo de semejante escala requería reparaciones masivas, donde la mano de obra artesana simplemente no tenía oportunidad de reconstruir nada.

El modernismo surgió como una expresión de aquel tiempo culminante de la revolución industrial, como la expresión cumbre del capitalismo. Los tradicionalistas se equivocan al creer que la eliminación del ornato es un acto ideológico de izquierda. Se trata de un pragmatismo de la mentalidad industrial de inicios del siglo pasado. Esto permitía, además, que la arquitectura se incorporara también en el espíritu experimental de la época. Si el siglo XX se caracterizó por algo fue por el gran empuje que tuvo para explorar nuevas formas para resolver nuestros problemas, tanto aquellos de surgimiento reciente como aquellos que nos han acompañado desde los inicios de civilización.

Los arquitectos contemporáneos no debemos ser simplemente diseñadores y constructores de espacios. Estamos destinados a ser la primera línea de choque que genere cambios positivos en nuestra sociedad. Resulta evidente que –como tal– debamos enfrentar alguna resistencia. Es necesario reflexionar sobre los errores cometidos; pero que la autocrítica nunca sea motivo alguno para que dejemos de cuestionar y mejorar lo establecido. (O)