Me es verdaderamente difícil ordenar mis pensamientos después de conocer el contenido del programa gubernamental: la “Gran Minga Agropecuaria”. Por un lado está la emoción de descubrir que nuestro presidente realmente quiere rescatar el sector agropecuario, pero al mismo tiempo, la pena de ver que se va a desperdiciar una magnífica oportunidad para lograrlo.

Recuperar el sector agropecuario requiere una política de Estado que permita la reestructuración de las cosas que se hicieron mal y de las que no se han hecho. Se necesita tomar acciones correctivas que generen resultados positivos de manera estable y sostenida, y no una tanda de iniciativas inconexas, sin relación grupal, sin profundidad, baladíes, y peor aún, apelando incluso a la caridad como un mal concepto de ayuda; porque obsequiar un “combo” de insumos es lo mismo que regalar un pescado, negando nuestra urgente incumbencia de enseñar a pescar.

Y por favor, el tema de los créditos con tasas preferenciales y largos plazos se ha repetido tanto que ya no es más que una cantaleta. Siempre ha habido crédito y el problema se mantuvo inexorablemente igual, porque la cuestión pasa, entre otras cosas, por las disparatadas exigencias para acceder a ellos; porque la aberración está en las políticas de financiamiento que se manejan en el país, y que pretenden que un pequeño agricultor facilite garantías reales por más del 125% del monto del préstamo, cuando sus pequeñas tierras sin infraestructura, más su casita de adobe o caña, más su vehículo constituido por un burrito y una carreta de palo no alcanzan avalúos que cubran la mitad siquiera del costo de un tractor o una ordeñadora automática, un equipo de riego artificial o una pequeña batería para elaboración de balanceado. ¿De qué hablamos entonces cuando vociferamos exigiéndole productividad? De seguro nos dirán: ¡Pero también se dan préstamos sin garantías reales! Sí, pero con montos máximos que son ridículos, que apenas sirven para capital de trabajo o para cambiar de vehículo (burro), pero que no alcanzan para la anhelada tecnificación, que es condición insoslayable para mejorar la productividad. Ese tipo de préstamo solo sirvió para mantener endeudado al productor, pero jamás para ayudarlo a salir de la miseria a la que ha sido empujado por las mismas “iniciativas”, repetidas impunemente.

La legalización de la tierra sería un excelente beneficio para el campesino, pero si no le damos las herramientas y las condiciones necesarias para que pueda trabajarla correctamente, solo estaremos legalizando su pobreza y su exclusión.

Pero algo hemos avanzado, pues ahora sabemos que la voluntad y disposición del Gobierno es verdadera; lo triste es entender que solo será el preámbulo de la gran decepción que sufriremos cuando descubramos que las acciones tomadas fueron equivocadas. Y que fueron erradas porque se eligió hacer lo mismo que se ha hecho a lo largo de la historia, y que nunca sirvió para nada más que sumir en la penuria y desesperación a todos los protagonistas de las actividades agropecuarias, especialmente a los más humildes, esos a los que todos los gobiernos de turno sueñan con poder ayudar, pero que no han podido hacerlo por la falta de conocimiento e idoneidad de quienes recibieron esa responsabilidad sin tener la afinidad profesional, ni la competencia, ni la experiencia necesaria para asumirla. (O)