No sé si las noticias que me trae el diario aceleran mi desgaste. Entre un presidente que habla con los pajaritos, otro que todavía no sabe del calentamiento global, uno que juega con misiles, medallas, desfiles marciales, no encuentro motivo para desternillarme. Voy plisando la frente cuando me acosa la angustia o llegan momentos de agonía. Debo a todo aquello los surcos ondulados que cruzan mis sienes en olas imborrables. Lamento no haber nacido en Vilcabamba para poder rebasar los cien años. Ver desaparecer a los demás mientras uno sigue campante ha de ser una experiencia a la vez dolorosa y esotérica. Lamento haberme pegado crisis de hilaridad pues aquellos extravíos alegres dejaron una red inextricable de arrugas alrededor de mis ojos, estas que llaman patas de gallo. De haber guardado la hierática compostura de los impasibles, de haber ostentado un rostro flemático tendría la piel templada como la de un tambor entre ojos y orejas.
¿Cómo ser impasible en estos tiempos? Los yihadistas queman catedrales, pulverizan estatuas, desgarran imágenes sagradas, derrumban al Cristo de los altares, lo pisotean hasta hacerlo añicos, degüellan a un sacerdote de 86 años mientras está oficiando misa, decapitan a los cristianos en Siria, en Libia, en cualquier parte. Lo de la catedral saqueada, luego incendiada, sucedió en la ciudad filipina de Marawi. Los yihadistas amenazan con derribar el Vaticano, matar al papa, ya volaron muchos vestigios sagrados de la antigüedad, quisieron dinamitar el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia en Barcelona. Mañana podría ser la Capilla Sixtina, la Catedral de Notre Dame en París, la Santa Capilla.
Nunca miro a los políticos como estadistas, intento conocer su verdadero yo; a veces padecen megalomanía, se vuelven arrogantes, impredecibles, pueden ser personajes complicados, provocan admiración o rechazo, de pronto son bipolares oscilando entre estados anímicos opuestos. Busco siempre en ellos la capacidad de amar a los demás, trato de imaginar su vida en casa, sus relaciones con los hijos, los nietos, la esposa, me incomoda que usen ardides para conquistar a las multitudes ostentando una imagen que no les corresponde. Tal vez me tocaría hacer mi propio examen de conciencia para saber si lo que escribo corresponde a mi real forma de ser, si practico lo que predico. Recibo confidencias múltiples de personas que nunca llego a conocer personalmente, sin embargo, aprendo mucho de cada correo. Cuando se llega a una edad avanzada, las arrugas importan menos, se valora cada minuto de vida, los demás tienen que aceptarnos tal como somos. El otoño y el invierno de la vida, a pesar de los malestares o achaques, ofrecen sorpresas a quienes conservan intactas las ilusiones. La frase de Jeanne Moreau, recientemente fallecida, sigue vigente: “La edad no protege del amor, pero el amor protege de la edad”. El amor borra el tiempo y el espacio.
Es aberrante que se pueda matar en nombre de una divinidad. Lo es también odiar o despreciar a quienes tienen ideologías contrarias a las nuestras. Abogo a favor del humanismo integral, que no tiene color religioso ni obsesión política. ¿Estará muriendo el amor o se halla en decadencia? (O)