Es corriente hablar del “periodo democrático que se inició en 1979”, considerando que este, a pesar de sus tropiezos, continúa. Así salvamos un poco nuestro ego republicano y aspiramos orgullosos a alcanzar pronto cuatro décadas ininterrumpidas de constitucionalidad. Cumplo con el penoso deber de comunicar que esto no es así. La vigencia de una estructura republicana terminó con el “Golpe de los manteles”, conseguido previo sometimiento violento del Tribunal Supremo Electoral. Que después haya habido elecciones, que se haya elaborado y puesto en vigencia una disparatada Constitución, no significa que haya república, pues esta exige división de poderes, vigencia del Estado de derecho y el imperio de la ley. Todo esto ya no existe. La constitucionalidad establecida en 1979 no alcanzó a cumplir treinta años.

Durante cinco lustros y medio los gobiernos respetaron la estructura establecida por la ley fundamental. En tal lapso hubo dos intentos conjurados de golpe de Estado y el gobierno de Febres-Cordero tuvo algunas actuaciones de constitucionalidad dudosa. Pero no se interrumpió el Estado de derecho, el imperio de la ley estuvo siempre en niveles altos, los poderes gozaron de autonomía y los resultados de los procesos electorales no se viciaron. Todo lo contrario de lo que ocurrió y ocurre a partir del 2007. Golpes y dictaduras hubo a lo largo de toda la historia ecuatoriana, pero en el último periodo pasó algo más grave, hubo un intento parcialmente conseguido de instalar un Estado totalitario en el que los gobernantes y su burocracia vasalla deciden discrecionalmente sobre todos los detalles de la vida de los individuos. Me impresiona ver cómo mis amigos maestros, médicos y hasta bailarines deben desperdiciar una enorme cantidad de tiempo, no remunerado por supuesto, en llenar informes y cumplir exigencias destinadas a controlar su actividad. En cualquier trámite que se hace actualmente se le pide a la persona proporcionar una cantidad enorme de información, cuyo objetivo no es otro que el monitoreo de todos los aspectos de su existencia.

La consolidación de la estructura totalitaria se frustró en parte porque las Fuerzas Armadas, si bien vieron impávidas el desmonte de la república, tampoco se dejaron involucrar en el proyecto revolucionario. Luego los indígenas, sector muy militante, se bajaron de la camioneta verde flex y se convirtieron en opositores. Pero ha sido fundamentalmente un grupo minoritario, aunque influyente, de medios de comunicación la trinchera de resistencia más fuerte al despotismo y el factor clave en el naufragio parcial del proyecto totalitario. La agria faz y el carácter atrabiliario de Rafael Correa están ausentes, por el momento. La disposición bonachona del actual presidente suaviza la realidad de que no vivimos en una república, pero esto es un hecho que no debemos olvidar. Siguen en vigencia la LOCA (Ley Orgánica de Comunicación Amordazada) y otros cuerpos legales que favorecen el despotismo. Tenemos presos políticos. Los aparatos de represión y espionaje están intactos. No necesitábamos del famoso audio de Mangas para confirmar lo que es evidente: no se ven intenciones serias de hacer reformas que permitan dejar atrás “la larga noche dictatorial”. (O)