El 9 de octubre de 2014, EL UNIVERSO publicó un artículo de mi autoría en que hacía 33 “predicciones” que afectarían a Guayaquil hasta el 2030. Una de ellas era que Yachay sería un fiasco; hace tres años eso no era obvio; incluso, no faltó un personaje costeño que me dijo que Yachay era de las pocas cosas del Gobierno que no había que atacar. Tal ingenuidad se explica por el conocimiento superficial de la manera de pensar y actuar de la burocracia capitalina.

Exactamente tres años después, el 9 de octubre de 2017, Lenín Moreno anunció la realización de otra de esas 33 predicciones: la construcción de una solución vial que incluye el puente sur, sobre el río Guayas, uniendo el Puerto Marítimo con “Sitio Nuevo”. Este 9 de noviembre, Lenín firmó el Decreto Ejecutivo 207 en que “autoriza” la delegación a la iniciativa privada del proyecto viaducto sur, mediante la modalidad de asociación público-privada y encarga al MTOP ejecutar el decreto, para lo cual deberá preparar unos pliegos que están por publicarse.

Guayaquil no ha tenido el privilegio de que el país le pague un sistema de transporte masivo, como lo tuvo Quito, primero con el trolebús y luego con parte importante del metro; tampoco la suerte de Cuenca, cuyo tranvía será financiado también por todos los ecuatorianos; no, esta obra se hará con fondos privados. Aun así, el hecho de que en Quito “nos autoricen” (o nos den autorizando, como dicen allá) a construir una solución vial tan necesitada desde hace años, es de por sí una excelente noticia.

... esta obra se hará con fondos privados. Aun así, el hecho de que en Quito “nos autoricen” (o nos den autorizando, como dicen allá) a construir una solución vial tan necesitada desde hace años, es de por sí, una excelente noticia.

En efecto, todos esos vehículos pesados que actualmente van y vienen desde Azuay, El Oro y la zona austral ya no tendrán que desviarse al norte hacia el PAN (Puente Alterno Norte), para luego circular al oeste y finalmente dar vuelta al sur, a lo largo de toda la Perimetral, destruyendo el asfalto y a veces vidas humanas; ahora podrán ir directo al puerto, ahorrando cada vehículo en promedio una hora de trayecto y en conjunto millones de dólares en tiempo laboral, llantas y repuestos.

El impacto de este proyecto será muy grande y en muchos ámbitos. En lo productivo, aumentará la eficiencia del Puerto Marítimo (mal llamado, por Correa, Simón Bolívar, algo que falta corregir) y reducirá las tasas en Puerto Bolívar. Abrirá la posibilidad de prolongar el viaducto hacia el oeste, por encima de los manglares, para empatar con el nuevo aeropuerto, Posorja y la ruta del sol. Será también el preludio de la expansión urbana de Guayaquil hacia el sur, para ocupar de a poco y racionalmente esa zona tan bella y natural que baja hacia Puná y que sería equivalente a lo que es Tigres para Buenos Aires: una zona verde y de esparcimiento.

Pero la predicción de ese artículo más difícil de cumplir es que Guayaquil se convierta en territorio independiente y confederado con el resto del país. Hubo muchos “guayaquileños” que me dijeron entonces que eso era una exageración; comprendí que a ellos les parece normal que la ciudad más grande del país tenga que pedir “autorización” a Quito para construir el sistema vial periférico que necesita. Ojalá hoy me lea algún joven capaz y audaz que piense diferente. Hace 20 años recuperamos el 15% del presupuesto y ese dinero se ha convertido en un gran cimiento. La esperanza vive para lo que falta. (O)