El 14 de marzo de 2018 falleció, a los 76 años, el renombrado físico teórico Stephen Hawking, célebre por sus logros científicos, pero, principalmente, por su manera de inspirar a la humanidad a superarse a sí misma a pesar de la adversidad y las dificultades que puedas encontrar en tu camino.
A sus 22 años, mientras cursaba su doctorado en Cambridge, fue diagnosticado con una rara enfermedad degenerativa que poco a poco iba a ir paralizando todos sus músculos. Los doctores, en ese entonces, le dieron una sentencia de muerte: dos años máximo de vida. Pero lejos de deprimirse con esta trágica noticia, supo que no tenía tiempo que perder y que necesitaba terminar su tesis doctoral antes de su muerte.
Fue así que demostró, junto a Roger Penrose, que la teoría de relatividad general de Einstein implicaba que el Universo deba tener un origen único, en el conocido Big Bang y, además, la necesidad de que existan estrellas tan poderosas y masivas cuya gravedad no dejaba salir nada de ellos, ni siquiera la propia luz. Fueron estos gigantes estelares, posteriormente conocidos como hoyos negros, a cuyo estudio dedicó gran parte de su vida. Y así, descubrió en posteriores investigaciones que los hoyos negros deberían emitir algo para no vulnerar la segunda ley de la termodinámica (entropía), lo que antes se pensaba imposible. Sus investigaciones demostraron que emitían un tipo de radiación luego conocida como la radiación Hawking.
Sin embargo, los obstáculos fueron constantes y crueles. En un primer momento perdió su habilidad para caminar y tuvo que estar confinado a una silla de ruedas. Luego no pudo escribir, pero podía seguir comunicándose a través del habla y dictando sus pensamientos. Finalmente, y en lo que fue quizás uno de los golpes mas duros que le dio su prolífica vida según nos relata en su autobiografía “Mi breve Historia”, llegó el día que perdió el habla. No pudiéndose comunicar con nadie, atrapado en su cerebro, consiguió comunicarse a través de una computadora que detectaba los movimientos de sus ojos y mejillas, y emanaba su singular voz sintetizada, que terminó siendo identificada para siempre con él. Años después, llegó el punto en que la tecnología permitía mejorar esta voz para que suene más humana. Él se negó alegando que esa ya era su voz.
Pero el científico con una enfermedad catastrófica se convirtió en ícono de la cultura contemporánea cuando decidió utilizar su talento para tratar de aproximar al público en general a los grandes problemas del Universo: ¿Qué es? ¿Cómo nació? ¿Cuándo se va a acabar? Estos problemas, usualmente tratados en la teología o por los filósofos, tuvieron en su célebre libro “Una breve historia del tiempo” por primera vez un enfoque científico que pretendía resolver estas preguntas.
...Pero el científico con una enfermedad catastrófica se convirtió en ícono de la cultura contemporánea cuando decidió utilizar su talento para tratar de aproximar al público en general a los grandes problemas del Universo: ¿Qué es? ¿Cómo nació? ¿Cuándo se va a acabar?
Cuando tenía 20 años, atribulado por estas preguntas filosóficas, me topé con este libro en una librería en Madrid. Lo compré pensando que iba a ser, probablemente, algún otro fiasco que me dejaría con respuestas incompletas y dogmáticas. En el autobús de regreso a casa leí el primer capítulo y puedo decir que inmediatamente supe que estaba ante un enfoque científico frente a los problemas filosóficos. Me bajé del autobús pensando: por fin alguien ha podido explicarme en términos sencillos y sin dogmatismos nuestra imagen del Universo. Ese mismo día, acabé el segundo capítulo que me introdujo a la teoría de la relatividad y, consecuentemente, de que el tiempo y el espacio están intrínsecamente unidos. Y así, capítulo por capítulo fui descubriendo preguntas, y algunas respuestas, sobre trascendentales cuestiones del cosmos. En definitiva, no creo que exista un mejor libro para fomentar la curiosidad sobre esas preguntas filosóficas que, para ciertas personas como yo, no eran suficiente o completamente abordadas, a satisfacción, desde los dogmatismos. Me produjo una explosión intelectual que se maravilla al momento entender, en sus palabras, que «sólo somos una raza de monos avanzados en un pequeño planeta que orbita una estrella de tamaño promedio. Pero podemos entender el universo. Eso nos hace muy especiales».
Su singular lucha lo convirtió en un ícono de la cultura contemporánea apareciendo en Star Trek, Los Simpson, y, finalmente, su historia personal fue llevada al cine en la película “La teoría del Todo”. Su incansable sed de curiosidad y filosofía frente a la vida puede resumirse en su frase: «Uno, recuerda siempre mirar arriba a las estrellas y no abajo a tus pies. Dos, nunca renuncies a tu pasión. El trabajo que se inspira en la pasión le da sentido y propósito a una vida que esta vacía sin aquello. Tres, si eres los suficientemente afortunado par encontrar el amor, acuérdate de que esta ahí y no lo malogres.»
Murió tranquilamente en su casa el mismo día que murió Galileo y que nació Einstein. Esta linda coincidencia no hubiera sido, para él, más que eso: una coincidencia. (O)