Si existe una tendencia en la posmodernidad es la exaltación de lo nuevo, como en búsqueda constante de la excelencia, pero me pregunto si es verdad que estamos en busca de la excelencia. O más bien vivimos el arte de la mediocridad. El término mediocre es un adjetivo usado para indicar algo de escaso valor o algo hecho con el mínimo esfuerzo. Varios autores señalan que mediocre indica algo o a alguien que no presenta la calidad ni el valor que sea mínimamente aceptable para su entorno. Si bien es cierto que vivimos en una sociedad dinámica, de cambios constantes, de gran complejidad con relaciones humanas furtivas, con tendencia al individualismo, ¿cómo enfrentamos los retos hoy en día para sostener las organizaciones y emprendimientos sin ser mediocres?

Si hasta tan solo unos pocos meses se decía que el talento, la creatividad e innovación eran una prioridad en todos los ámbitos de las organizaciones, día a día vemos que cada vez más se pierden. La innovación en muchos equipos ha quedado aparcada por el miedo al fracaso, solo por el hecho de cuestionar a las personas por algo puedes ser mal visto.

Y concuerdo con varios autores que exponen que la falta de crecimiento, sustentabilidad e innovación de las organizaciones es por la falta de talento de las personas que tienen a su cargo o, lo que es peor, le tienen miedo al talento de las personas. Hameln explica cómo organizaciones de mucho éxito son líderes porque su prioridad es contar con personas talentosas que hayan demostrado resultados verificables y medibles, y no solo lo indiquen en su hoja de vida, o peor aún que engañen y se apropien del trabajo de otros para ellos sobresalir o sobrevivir.

Por supuesto no todas las organizaciones son iguales, ni tampoco los directivos que las gestionan. Hay organizaciones extraordinarias y directivos ejemplares, pero existe una realidad oscura, de la que no siempre se habla. Existen organizaciones en donde solo se busca mantener el statu quo, reír por las gracias al jefe y evitar cualquier tipo de opinión en contra. Y desgraciadamente, en una época de crisis, estamos perdiendo una oportunidad de oro para cambiar sistemas caducos basados en el poder sin valor añadido o el miedo sin ápice de talento, como lo manifiesta brillantemente Pilar Jericó.

La transparencia entendida como el saber quién aporta qué es una de las mejores recetas, que implica la valentía del directivo que lo lleva a cabo. Y si esto no ocurre se podrá seguir desvalorizando a las personas brillantes, y seguirá triunfando la mediocridad que tanto daño nos hace, tanto a nivel organizacional como a nivel social y político.

Es importante recalcar que la excelencia tiene que ver con capacidad, talento y valores.

Evitemos que la mediocridad nos envuelva y se convierta en el arte del engaño.

Combatir la mediocridad a través de acciones claves es tarea de todos para lograr una sociedad más justa, equitativa, a través de la revalorización de logros, esfuerzos y talentos de las personas.

(O)