Augusto Barrera armó maletas y se fue del Gobierno argumentando cambios en el entorno presidencial e incompatibilidades entre el programa de ajuste, que reconoce como inevitable, y una visión progresista de la política. Se va a reconstruir un pensamiento progresista después de la debacle sufrida por la izquierda tras el dominio populista y autoritario de Alianza PAIS.

Barrera perdió, en términos políticos, dos batallas internas en el Gobierno: la del entorno, que habrá supuesto una menor influencia suya en las decisiones presidenciales, y la del tipo de ajuste a implantarse. Sale después de haber sido la figura más lúcida de la dura transición poscorreísta, al menos durante el momento de la consulta popular. Su retiro, por tanto, confirma un giro en el Gobierno, la pérdida de un cierto equilibrio interno –entre progresistas y los otros grupos– con la inevitable pregunta de hacia dónde gira o hacia dónde ya giró el Gobierno.

Sobre el cambio del entorno Barrera dijo poco, pero caben preguntas para especular: ¿con qué personajes e intereses su presencia se volvió incompatible? ¿Han entrado personajes de muy mala reputación, con posiciones disonantes y trasnochadas que han dañado el entorno de Moreno? Y la pregunta del millón: ¿por qué Moreno ha preferido dar espacio a esos personajes en lugar de preservar en el Gobierno a una persona tan cercana a él como Barrera? ¿Qué juego de intereses se instaló dentro del régimen y cuáles triunfaron para haber provocado la salida de Barrera? Cuando habla de cambios en el entorno, ¿se refiere a un lado oscuro del morenismo? ¿Tiene el morenismo un lado oscuro?

La incompatibilidad de las políticas de ajuste con una concepción progresista del manejo gubernamental resulta más compleja y problemática. La pérdida de la batalla en este terreno puede significar dos cosas: o que Moreno giró hacia la derecha, como claman a los cielos todos los correístas; o que el progresismo carece de propuestas y de credibilidad para ofrecer salidas viables a la crisis económica. Barrera sostiene que los costos del ajuste se deben distribuir equitativamente en la sociedad, pero cree que recaerán sobre los más vulnerables. De ese modo abre una disputa en torno al modelo de distribución de riqueza comprometido con el ajuste. Si se trata de evitar la crisis social con el ajuste del modelo correísta, encuentro algo demagógica su postura. La crisis social se instaló hace rato y se refleja en la caída del empleo, el aumento de la pobreza y la desigualdad. ¿Quizá Barrera quiere evitar que se proyecte sobre segmentos de la burocracia? Su salida puede reflejar más bien la falta de respuestas viables y creíbles del progresismo frente a la crisis, que la orientación misma del ajuste.

Tampoco algunos de los avances logrados por el actual Gobierno parecen satisfacer plenamente las expectativas del progresismo que proclama Barrera: recuperación de los espacios de libertad y expresión, ejercicio de derechos políticos de los ciudadanos, atenuación del dominio del Estado sobre la sociedad y desmantelamiento de una estructura autoritaria del Gobierno. ¿Teme Barrera que todos esos logros sean arrasados por el costo social del ajuste? Ante esa eventualidad, ha preferido, muy prudente él, retirarse a tiempo y abrir una fisura en el Gobierno. Y se va dejándonos dos grandes interrogantes sobre el morenismo, la del entorno presidencial y la de su progresismo. (O)