Quiero creer que el internet acorta distancias, que la red me acerca y me permite no extrañar lo que amo. Nada más falso, la lejanía es lejanía a pesar de las tecnologías actuales. Cuando estoy lejos el país me duele más, lo veo como un punto en el mapa, un pequeño punto que no me pertenece, al que no pertenezco ni quiero pertenecer. Simplemente me avergüenza y me lastima; sin embargo, la necesidad de saber qué está pasando en mi patria me lleva a buscar desesperadamente noticias.
Durante el tiempo que anduve fuera creo que fue bueno leer la noticia de que salieron a la luz esos pequeños, y no por ello menos abusivos, cobros que los bancos hacen a quienes depositamos nuestro dinero y nuestra confianza. Esto, en realidad, no me sorprendió porque he visto a mi hermana, desde hace meses, reclamar por el cobro de unos servicios exequiales que nunca contrató. Ojalá estas arbitrariedades terminen de una buena vez.
La noticia más mala, horrible y ruin fue la de lo sucedido en Posorja. Si me hubieran contado que en algún pueblo remoto, de esos rudos que vemos solo en documentales, se linchó a tres personas, me habría espantado, ¡pero que en Ecuador se agreda hasta matar! Me ha dejado helada. Todavía no salgo de mi asombro. Cómo es posible que nos vayamos “animalizando”, me pregunto. (Y pido perdón a los animales). No me cabe en la cabeza tanta brutalidad, tanta sangre fría como para grabar un video de este hecho abyecto, subirlo a las redes sociales; y en muchos casos ¡aprobarlo! Leer en las mismas redes a gente que opina que esa es la forma de combatir la violencia y de terminar con la delincuencia me ha producido náusea. El nivel de descomposición social es simplemente desconcertante.
No me asombra en absoluto que esa gente sin escrúpulos le añada una mancha más a su currículo, se burle una vez más de sus conciudadanos y salga bien librado de sus fechorías.
La noticia fea, desagradable y sin pizca de sorpresa fue la del escape del Fernando Alvarado. Esta, sinceramente, me produjo risa (de esa risa que reemplaza al llanto). No me asombra en absoluto que esa gente sin escrúpulos le añada una mancha más a su currículo, se burle una vez más de sus conciudadanos y salga bien librado de sus fechorías. Este simplemente me parece el burdo final que la historia de los grilletes comprados con sobreprecio se merecía. Me apena, eso sí, que a la casi recién estrenada ministra María Paula Romo le toque bailar con el más feo. Pero me imagino que ella sabía la asquerosa herencia que recibía junto con su cargo.
Lo único cierto es que la mejor noticia de estos tiempos ha sido la del chancho horneado que llegó hasta Atlanta. Al menos me ha arrancado una sonrisa, al menos me llena de esperanza pensar que todavía hay gente buena e ingenua capaz de meter tamaña presa en su maleta, capaz de querer a alguien y desear hacerle feliz llevándole este delicioso platillo.
Ver el país de lejos avergüenza y lastima. Sentir que ese pequeño punto en el mapa no nos pertenece y que no queremos ser parte de él, duele. (O)