Todavía recuerdo, como si fuese ayer, las palabras de un profesor argentino mientras discutíamos de política: si crees que entiendes Argentina, me dijo, es porque no te la explicaron bien; en ese entonces me encontraba en Buenos Aires cursando la carrera de abogacía, cuando Cristina Kirchner todavía ejercía el cargo de presidenta, lapso que fue suficiente para percibir la grave crisis institucional que Argentina estaba viviendo y de la decadencia, en general, del país austral, siendo inevitable preguntarse, como lo hizo aquel personaje de Vargas Llosa, sobre un tema esencial: ¿en qué momento se había jodido Argentina?

Para poner en contexto la debacle argentina conviene recordar que Argentina vivió una época dorada durante las primeras décadas del siglo pasado que lo llevaron a convertirse en uno de los países más ricos del planeta. El flujo migratorio proveniente de Europa con todo el capital humano que ello supuso, la apertura económica y, sobre todo, la estabilidad de sus instituciones fueron factores esenciales para el crecimiento económico del país. Sin embargo, el surgimiento de movimientos militaristas y estatistas a partir de la década de 1930 fue determinante para el que es considerado por los historiadores como el punto de inflexión en la historia de Argentina: la presidencia del general Juan Domingo Perón.

El peronismo, llamado por Stephen Hawking como “el Big Bang de la pobreza”, introdujo muchas de las prácticas que hoy supuestamente identifican al socialismo del siglo XXI como lo son el clientelismo, el populismo, el nacionalismo, los ataques a la prensa, el excesivo intervencionismo estatal y el culto a la personalidad del líder. Han pasado 73 años desde el inicio de este movimiento, pero su esencia todavía subsiste y es un claro ejemplo de la incapacidad por parte de la clase política de encontrar alternativas a una ideología que ya parece enraizada en la idiosincrasia del argentino.

En octubre los argentinos deberán acudir a las urnas para escoger al próximo presidente. Por un lado, fue sorpresivo el anuncio por parte de Cristina Kirchner de candidatizarse a la vicepresidencia, dejando la presidencia a Alberto Fernández, su exjefe de gabinete. La estrategia de Cristina, inusual por las críticas que su pareja de fórmula le dedicó los últimos años, busca atraer a un sector específico del electorado que no se identifica con un kirchnerismo golpeado por las numerosas denuncias de corrupción pero que encuentra en la figura de Alberto Fernández a un peronista moderado con el cual se puede identificar. No obstante, resultaría bastante ingenuo, a estas alturas, creer que Cristina Kirchner se va a conformar con un papel secundario en caso de ganar; sus delirios mesiánicos y el peso de su figura no lo soportarían.

En la vereda contraria, un Mauricio Macri sin capital político, desbordado por la inflación que crece a diario, sin respuestas ante el aumento de la pobreza y con números bajos, según las últimas encuestas, ha incluido como binomio a Miguel Ángel Pichetto, un expresidente del bloque kirchnerista en el Congreso y que en la actualidad es conocido como un personaje importante del peronismo. ¿Conveniencia y pragmatismo político?, o más bien ¿traición a los ideales que el presidente argentino ha pretendido defender? Lo cierto, y desesperanzador para Argentina, es que al final el peronismo se ha convertido en un problema cultural, no solo político.(O)

* Abogado.

Lo cierto, y desesperanzador para Argentina, es que al final el peronismo se ha convertido en un problema cultural, no solo político.