Se escriben y publican libros a menudo en nuestro país. No podemos dedicarles atención a todos; menos, palabras de reconocimiento, pero cuando la obra lo exige, la admiración debe volcarse a transmitir el fuego de un contacto, la iluminación de unos contenidos. La lectura siempre será un acto identificable y al mismo tiempo inasible, sobre cuyos efectos jamás estará todo dicho.

Llego tarde al gigantesco esfuerzo que Jenny Estrada titula Guayaquileñas en la historia. Siglos XVI al XXI, que se presentó en el mes de mayo, con la memoria borrosa de su versión anterior, del año 1984, pero me bastan algunas horas para percibir muchos de sus méritos. Como todo libro de historia está dominado por el espíritu de ganarle la guerra al tiempo con una dirección predominante: rescatar la acción de las mujeres, de ese “mal universal”, como llama Jenny, a la prescindencia del paso del sexo femenino por el escenario del mundo.

Resalto la analogía ciudad-mujer que emerge del seguimiento a la “provincia de Guayaquil” de los orígenes, territorio que albergó las más antiguas culturas de Occidente. En apretada síntesis asistimos al desarrollo de sociedades mestizas y maltratadas por el poder extranjero, cuyos vientres fértiles engendraron vidas y condiciones de crecimiento, que siglo a siglo fueron abarcando la más variada pirámide social. Impresiona que la autora haya encontrado datos que identifiquen cacicas y encomenderas de nombre propio, es decir, mujeres que pese a lo debilitado de su posición de género, hayan encontrado oportunidad y arrestos para destacar.

El Diccionario Biográfico ingresa desde las primeras páginas de este libro: asistimos al desfile en orden alfabético de los primeros nombres ubicables. He tenido particular gusto en posicionar, por ejemplo, a Isabel Casamayor y Pardo de Godin, la guayaquileña del siglo XVIII que conocí como personaje de ficción en la novela de Jorge Velasco Mackenzie, En nombre de un amor imaginario (1996). Si bien la novela es una recreación histórica, los datos que consigna Jenny nos hacen confiar en la existencia real de una mujer extraordinaria que cruzó el Amazonas y que llegó a París, en pos de sus vínculos de amor.

Las tradiciones, más orales que escritas, nos abrieron el oído a nombres femeninos próximos a la Independencia de nuestra ciudad: las hermanas Garaicoa, Baltasara Calderón, Isabelita Morlás, Rosa Campusano; todas ellas tienen su puesto dentro del siglo XIX, así como los de las devotas que llegaron a los altares: Narcisa de Jesús Martillo y Mercedes Molina. ¿En qué punto debemos detenernos en esa alusión imprecisa que habla de “Guayaquil antiguo”? Porque de la mano del liberalismo entramos en el siglo XX y crece la presencia de la mujer en la historia y en este libro. Sin embargo, una figura del siglo anterior –bello dato novedoso– es la de Aurelia Palmieri Minuche, primera universitaria del Guayaquil.

Es excelente contar desde ahora con un volumen que agrupe las hazañas sociales de las mujeres. Por él sé que hubo una Legión Femenina de Educación Popular, que en 1932 nació bajo la presidencia de Rosa Borja de Ycaza; de las escritoras, obstetrices y artistas que empujaron la modernidad hacia nuestros días. Mujeres que como la misma Jenny Estrada Ruiz se han ganado un nicho en la historia. ¡Gran libro! (O)