Al ser cada vez más obvio que las respuestas políticas al calentamiento global, como el tratado de París, no están funcionando, los ambientalistas nos instan a considerar el impacto climático de nuestras acciones personales. No comer carne, no conducir un coche con motor de gasolina y no viajar en avión, proponen. Pero estas acciones individuales, además de no suponer una diferencia sustancial para nuestro planeta, desvían la atención de las soluciones que se necesitan.

Incluso si se impidiese el despegue de los 4500 millones de vuelos de este año, y se hiciese lo mismo todos los años hasta el 2100, las temperaturas se reducirían en solo 0,03 °C, utilizando modelos climáticos convencionales, lo que equivale a retrasar el cambio climático en menos de un año de aquí a 2100.

Tampoco resolveremos el calentamiento global renunciando a la carne. Hacerse vegetariano es difícil: una encuesta publicada en EE. UU. muestra que el 84 % fracasa, la mayoría en menos de un año. Quienes tengan éxito solo reducirán sus emisiones personales en aproximadamente un 2 %. Y los vehículos eléctricos no son la respuesta. A nivel mundial, solo hay 5 millones de automóviles totalmente eléctricos en la carretera. Incluso si esto aumenta masivamente a 130 millones en 11 años, la Agencia Internacional de la Energía estima que las emisiones equivalentes de CO₂ se reducirían en solo un 0,4 % a nivel mundial.

En pocas palabras: la solución al cambio climático no se encuentra en los cambios personales dentro de los hogares de las clases medias.

El Acuerdo de París no puede hacer mucho, al igual que los anteriores de Río y Kioto, que básicamente fracasaron, porque este enfoque requiere que los países ricos asuman dificultades económicas futuras a cambio de lograr muy poco.

La verdadera razón de esto: la mayoría de las emisiones del siglo XXI no proceden del mundo rico. De hecho, si cada país rico detuviera todas sus emisiones de CO₂ hoy y durante el resto del siglo, sin viajes en avión, sin consumo de carne, sin automóviles a gasolina, sin calefacción o refrigeración con combustibles fósiles, sin fertilizantes artificiales, la diferencia sería solo de 0,4°C al final del siglo.

Resolver el cambio climático requiere que China, India y todos los demás países en vías de desarrollo se unan para reducir las emisiones. Pero, por supuesto, su objetivo es sacar a sus poblaciones de la pobreza con energía barata y fiable. ¿Cómo podemos conciliar eso?

Un impuesto sobre el carbón puede ejercer un papel limitado pero importante a la hora de trasladar los costes del cambio climático al uso de combustibles fósiles. El economista climático ganador del Premio Nobel, William Nordhaus, ha demostrado que la implementación de un pequeño pero creciente impuesto global al carbón reducirá de manera realista algunos de los elementos de impacto climático más dañinos con un coste reducido.

Esto, sin embargo, no resolverá la mayor parte del desafío climático. Debemos analizar cómo resolvimos los principales desafíos del pasado: a través de la innovación. Las catástrofes de hambruna en las naciones en desarrollo en las décadas de 1960 a 1980 no se arreglaron invitando a la gente a consumir menos alimentos, sino a través de la Revolución Verde, gracias a la cual la innovación desarrolló variedades de mayor rendimiento que producen más abundancia de alimentos.

Del mismo modo, el desafío climático no se resolverá pidiendo a la gente que use la energía verde, más escasa y más cara. Por el contrario, deberíamos aumentar drásticamente el gasto en investigación y desarrollo de energía verde.

Copenhagen Consensus solicitó a 27 de los principales economistas climáticos del mundo que examinasen las opciones políticas para responder al cambio climático. Este análisis mostró que la mejor inversión sería en I+D de energía verde. Por cada dólar gastado, se ahorrarían $11 en daños climáticos. Esto adelantaría la fecha en que la energía verde alternativa fuese más barata y atractiva que los combustibles fósiles, no solo para las élites, sino para todo el mundo.

En este momento, a pesar de toda la retórica sobre la importancia del calentamiento global, no estamos aumentando este gasto. Al margen de la cumbre climática de París de 2015, más de 20 líderes mundiales hicieron la promesa de duplicar el I+D de energía verde para 2020. Pero el gasto solo ha aumentado de $16 000 millones en 2015 a $17 000 millones en 2018. Estamos ante un incumplimiento importante.

Después de 30 años persiguiendo soluciones erróneas al cambio climático, necesitamos cambiar el guion. (O)