Sin llegar al extremo del crimen, la violencia es una realidad que se vive en muchos hogares, independientemente de la posición social o económica de sus integrantes.

Me atrevo a decir que cuando el diálogo ha fracasado o realmente nunca se intentó, cuando se agotó la paciencia y la decepción y los resentimientos remplazan al amor y el respeto… el gran peligro es caer en interacciones de violencia que pueden llevar a la agresión física con resultados muy lamentables para la pareja y todos los miembros de la familia.

Los hombres, por lo general, necesitan arreglar los problemas de forma rápida, sin largas explicaciones; mientras que las mujeres desean todas las razones posibles para quedar satisfechas y pueden preguntar, argumentar y “bucear” sin descanso.

¿Por qué esta diferencia?

Es importante aclarar que no existe una sola respuesta, porque los seres humanos son únicos. Pero recordemos en la historia de la humanidad a la familia patriarcal donde el padre era el jefe y dueño de las vidas de todos sus miembros. Nadie podía discutir la autoridad paterna. Y así yo pienso que los hombres perdieron la oportunidad de aprender a discutir con las mujeres que en algún momento descubrieron que sí tenían voz.

No quiero generalizar, de ninguna manera. Por supuesto que sí existen miles de hombres evolucionados educados con capacidad de diálogo y comunicación para resolver problemas. Y también miles de mujeres capaces de ser objetivas y pacientes para establecer un intercambio paciente y respetuoso.

Pero ¿por qué hay tantos casos de enfrentamientos que terminan en denuncias aunque no necesariamente en separaciones?

No quiero referirme a los llamados femicidios, tan frecuentes, para los cuales habría que hacer campañas contra las drogas, el alcohol y la pornografía que alientan estos crímenes, sino a la pelea constante, lucha de poder y maltrato mutuo o a la mujer, en las parejas cuyo matrimonio ya lleva años y tienen prole.

Es importante recordar que los temas difíciles deben tratarse en un momento oportuno y cuando los dos están lúcidos. No vale si alguno ha bebido o está estresado a causa del trabajo y la responsabilidad de los hijos. La paciencia y saber buscar la ocasión son parte de la estrategia de una buena comunicación.

El silencio como el sermón no terminan bien. Exasperan.

Cuando hay buena voluntad y el cariño subsiste, lograrán acuerdos para conversar y buscar soluciones.

Pero cuando se ha perdido la voluntad de amar y luchar por la felicidad o ha habido infidelidad... se imponen los resentimientos, la desconfianza, surgen gritos, ofensas verbales, reclamos, empujones, golpes y el maltrato se instaura como modo de vida, tolerado muchas veces por los hijos…

La familia debe ser una escuela de diálogo y paz y no constituirse en un espacio insoportable para los hijos que buscan evadirse emparejándose precozmente, con las drogas, alcohol o en las pandillas.

Considero deber de la sociedad y del Estado contribuir a la formación de familias sanas, con inteligencia emocional y entrenamiento para dialogar exitosamente. (O)