Esta frase del filósofo estadounidense R. W. Emerson engloba una realidad. Un planeta en emergencia; gente inmovilizada; gobiernos tomando medidas basándose más en la improvisación y el miedo que en el conocimiento; aquel conocimiento que permite analizar, comprender, evaluar y establecer estrategias racionalmente sustentadas. Pero en pleno siglo XXI, con los mayores avances científicos y tecnológicos que el ser humano pudo alguna vez imaginar, un micrométrico virus nos muestra cómo el desconocimiento puede convertirnos en víctimas del pánico.

El desconocimiento nos impide evaluar amenazas permanentes. En el 2018, se estima que ocurrieron 228 millones de casos de malaria en el mundo con alrededor de 400 000 muertes; 390 millones de infecciones de dengue con alrededor de 500 000 casos que degeneran en dengue hemorrágico y con la mitad de la población mundial en riesgo de infección; las epidemias anuales de influenza provocan alrededor de entre 3 y 5 millones de casos de enfermedades graves y entre 250 000 y 500 000 muertes. En los EE. UU., para la temporada de influenza 2019-2020 se informaron de 55 000 hospitalizaciones relacionadas con influenza a principios de enero 2020 con 2900 muertes. Un millón y medio de personas murieron de tuberculosis en el 2018, estimándose que en ese año 10 millones adquirieron la enfermedad alrededor del mundo. Aproximadamente, 9 millones de personas mueren de hambre y enfermedades relacionadas con el hambre cada año, más que las ocasionadas por el sida, la malaria y la tuberculosis juntas. Cada diez segundos muere un niño por hambre.

Estas cifras no las analizamos tal vez porque parecerían no afectarnos directamente, pero lo hacen. La epidemia del COVID-19 debe convertirse en un punto de inflexión. Un antes y un después. Un antes con una mayoría de países con frágiles sistemas de salud, escasa o nula inversión para el establecimiento de capacidades humanas y de infraestructura apropiadas para responder a brotes de enfermedades nuevas y reemergentes; para dilucidar sus rutas de transmisión y mecanismos patogénicos, así como para identificar posibles objetivos farmacológicos que promuevan el desarrollo de medidas preventivas y terapéuticas efectivas. Un antes con sociedades enajenadas por un capitalismo que perdió toda perspectiva y está llevando al planeta al colapso, priorizando el mercado sobre la vida.

Un después con sociedades desarrollando conocimiento, cooperando no compitiendo, conscientes de que solo juntas podrán enfrentar esta y otras amenazas. Corea del Sur y China están controlando el COVID-19 no solo restringiendo movilidad, han desarrollado capacidades de respuesta a este tipo de crisis. Pero los patógenos no conocen fronteras ni solicitan visas y es inviable encerrarse a cada llegada de nuevos patógenos, solo el trabajo colaborativo entre grandes y pequeñas economías permitirá enfrentar al COVID-19 y a otras amenazas, en particular los mezquinos intereses económicos de unos pocos.

Hoy vemos perchas vacías, reflexionemos en aquellos para quienes es lo normal. Escuchamos sirenas anunciando toque de queda, reflexionemos en aquellos rodeados por sirenas de guerra. Observamos a nuestros niños, solidaricémonos con aquellos padres impotentes ante la muerte de su bebé por hambre. No es justo. Es momento de cambio. “Y la verdad os hará libres”, Jesús. (O)