Y también la riqueza extrema, sobre todo obtenida sin esfuerzo como resultado de estafas, robos y demás artilugios ilegales. Pero volvamos al tema de este artículo.

La pobreza es muy mala consejera porque nadie puede ser feliz completamente ignorando si mañana comerá o podrá pagar cuentas, pero ¿por qué siendo triste se la ha deificado?, ¿por qué es mejor percibida que la riqueza?

Y por último ¿por qué a esta (a la riqueza) se la ha satanizado y a todo lo que representa, aun cuando en lo más íntimo de nuestro ser aspiramos a ser ricos, tener cosas finas, vivir en barrios elegantes, conducir autos de lujo, a estudiar en lugares selectos y a aprovechar de todos los beneficios implícitos del dinero?

Desde mi punto de vista, la santificación de la pobreza se debe a una mala o tergiversada interpretación en el mundo occidental de las Sagradas Escrituras.

No voy a entrar en detalle al respecto, pero lo cierto es que las naciones que adoptaron la filosofía de concebir a la riqueza como bendición de Dios alcanzaron bienestar y desarrollo, en detrimento de los que promovieron la pobreza como algo bueno o espiritual.

Las teorías socialistas nacieron como experimentos sociológicos y políticos porque el ser humano es generoso naturalmente con lo que no es suyo y mezquino con lo que le pertenece, de manera que los líderes políticos se dieron cuenta que acumular la riqueza y poder de una nación para sí era mejor que compartirla con el resto, cumpliendo sin querer el axioma básico del capitalismo, que es la acumulación y claro, la plusvalía.

¿Por qué es mala consejera la pobreza?, porque nos mantiene insatisfechos, débiles, ignorantes, ansiosos, agresivos, irrespetuosos, violentos y atropelladores.

Una nación pobre no puede vivir en comunidad, en armonía, al contrario, no es casualidad que la picardía no está en el ADN de la población suiza, danesa o noruega sino en la de nuestra América Latina.

A su vez esta viveza no nos lleva a explorar lo mejor de nosotros porque se limita a obtener lo inmediato, ¿por qué?, porque comer urge, es decir, estamos en la base de la Pirámide de Maslow.

Una sociedad pobre siempre está a la defensiva, siempre culpa a otros por sus desgracias, es lo que llamo el “Síndrome del país pequeño”, tiene axiomas retorcidos como “pobre pero honrado”, "el dinero es malo", o, “soy pobre pero feliz”.

La naturaleza del hombre está inclinada hacia la admiración de la belleza, lo fino, lo hermoso, a las cosas sublimes, no a la miseria, a vivir con lo justo, a envidiar o a robar.

Pero ¿por qué amamos ser pobres?

Porque nos da miedo fracasar, porque desde pequeños nos enseñaron a ser “perfectos”, a no cometer errores, por lo tanto, cuando se fracasa se proyecta la percepción de incapacidad mental, y como a nadie el gusta ser percibido de ese modo, no nos arriesgamos y más bien buscamos espacio en un lugar que conozcamos donde nos sentimos seguros.

Amamos la pobreza porque es sinónimo de mediocridad, porque para salir de esta debemos sacrificarnos y a este extremo casi nadie quiere llegar, por eso a nivel macro estamos como estamos y vivimos como vivimos.

La agresividad social no es nada más ni nada menos que la proyección de lo que tenemos dentro de nosotros, de profunda insatisfacción, de constante frustración y de capacidad de resistencia pequeña, muy pequeña.

Y si la pobreza es tan mala, ¿por qué el liderazgo o a las élites políticas no hacen nada por eliminarlas?

Porque un país próspero es uno con acceso a buena alimentación, que discierne mejor, con capacidad para educarse, con tranquilidad financiera que le permite reaccionar mejor a situaciones de estrés, con predisposición a compartir, a ayudar, que puede elegir mejor a sus gobernantes y a las empresas donde quisiera trabajar.

No obstante, aun en países desarrollados la pobreza causa reacciones distintas, por ejemplo, en New York y Ginebra no son iguales las reacciones de las personas ante estímulos parecidos.

Las élites políticas y económicas son pobres de mente, por eso no ven más allá o no quieren hacerlo, no se dan cuenta de que en una sociedad próspera vale la pena vivir, pero prefieren el clientelismo político o las barreras arancelarias y las economías cerradas.

La pobreza es muy mala consejera, y mientras la sigamos solapando viviremos en una sociedad atrasada y mediocre, donde la agresividad es parte de la rutina.

A veces pienso que preferimos vivir así para tener alguien a quien culpar en vez de tomar nosotros mismos nuestro destino bajo nuestra cuenta y riesgo. (O)