Desde mediados de marzo cuando se empezaron a dar las primeras señales de la oprobiosa tragedia que viviría poco tiempo después Guayaquil, resultaba claro que aquel sentido de unidad nacional tan pregonado como símbolo de la Patria, no era sino un mero espejismo en el cual se reflejaban los regionalismos más lastimeros y las distorsiones más severas, al punto que se acentuaba en algunos lugares del país la percepción de que nuestro destino, el de Guayaquil, estaba marcado de forma inexorable por nuestro desordenado y compulsivo comportamiento colectivo. En otras palabras, bien merecida nuestra suerte.

Al principio inclusive se dudaba del número de fallecidos, insinuando que era pura exageración o fantasía, que no había razón para la desesperación, para que luego, cuando las crudas imágenes exhibían el verdadero rostro de la tragedia, la insinuación cambie de razón y fundamento: esto solo podía pasar en Guayaquil debido a la inexistente disciplina social, fenómeno que según los “entendidos” ocurría específicamente en nuestra ciudad, pues en otras partes del Ecuador la ciudadanía acataba obedientemente al pie de la letra las recomendaciones oficiales. Luego se empezó a descargar por parte de algunos intelectuales la responsabilidad del mal manejo de la pandemia en la gestión municipal y en el hábito guayaquileño de elegir administraciones social-cristianas, incapaces de sortear la inequidad causante directa, según esas lecturas, de los miles de fallecidos en la ciudad. En otras palabras, la culpa es de los guayaquileños. Forever and ever.

Aclaro que no sugiero elaborar una teoría basada en aquel lema de 'Guayaquil por la Patria' y reclamar de alguna manera que el sentido recíproco, la Patria por Guayaquil, debió haber sido un imperativo luego de una de las mayores tragedias en la vida republicana de este país, sino simplemente de apreciar que en esta ocasión -quizás más que nunca- era palpable la sensación que la ciudad recibió, en lugar de generosidad, crítica; en lugar de apoyo, escarnio. ¿Sentimos los guayaquileños el respaldo de un Ecuador atento y solidario o, en su lugar, la soterrada intención de estigmatizarnos en tan duros momentos convirtiéndonos en merecedores de tan fatídica tragedia, o estuvo el país dispuesto, abierto y muy sensible en el apoyo férreo a la ciudad?

En fin, se podrá decir que no hay espacio para el lamento pero sí lo debería haber para la reflexión, pues ahora más que nunca empiezo a descreer seriamente en el sentido de unidad nacional que da razón y fundamento a la Patria. Para recomponer esa unidad nacional hay que sacudir muchas estructuras pero, ¿cual de nuestros líderes está dispuesto realmente a tomar esa iniciativa? Quizás resulte más cómodo seguir pregonando eso de que así como Guayaquil por la Patria, la Patria por Guayaquil. ¿En serio?

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