La nueva normalidad es el concepto de moda. Tal vez, porque esto de ponerles nombre a las cosas, especialmente cuando hay cierta tensión e incertidumbre, es una manera de encasillarlas y dominarlas, de sentir que tenemos el control sobre lo que no podemos someter, como cuando inventábamos complejos rituales para subyugar a las fuerzas de la naturaleza o a los mismos dioses.

Referirnos al futuro inmediato como la nueva normalidad genera también una suerte de tranquilidad, porque es a la vez una forma de hacerlo ajeno, esas dos palabritas vienen a resolver el ejercicio de hacerse cargo de las brutales revelaciones sociales, económicas y culturales que han emergido de manera intensa y no necesariamente deseadas en esta pandemia y cuarentena.

Cuando se habla de nueva normalidad, hay una corriente que la proyecta, de forma pragmática, como los cambios de hábitos frente a los aprendizajes generados por las carencias del encierro, reflejados en nuevos usos de la tecnología, la valoración del ahorro y una reingeniería del comercio y las relaciones. Para otros, la nueva normalidad será lo que resulte como producto del efecto del miedo y la desconfianza. El miedo a la muerte como movilizador de las decisiones, con la calle como un territorio hostil y todo otro como una posible amenaza.

Hay, también, los que sugieren que el ser humano se volverá más sensible y solidario. Que no hay forma de volver atrás luego de darnos cuenta de nuestra vulnerabilidad como especie y sociedad, y le atribuyen a la nueva normalidad una gran carga mesiánica.

Hablar de una nueva normalidad, más que proyectar un cambio, parece encerrar un deseo oculto de volver a lo normal, lo nuevo es circunstancial e incierto, pero especificar la normalidad hace referencia a lo ordinario, lo que se ajusta a las características habituales o corrientes.

Espero equivocarme, pero la visión de una nueva normalidad que implicaría un cambio de paradigma para la humanidad, asumiendo una conciencia sistémica porque se nos revelaron la desigualdad, las brechas sociales y de sostenibilidad, es solo un discurso o un noble deseo sin ninguna posibilidad próxima de sostenerse.

Como se dice entre creativos, la inspiración te tiene que encontrar trabajando. Hay que estar preparados internamente para cambiar un paradigma, no basta con las heridas, pérdidas lamentables y el miedo. Eso es como el propósito del que se pegó una borrachera y ante la resaca dice no tomo más, propósito que se desvanece en cuanto los síntomas desaparecen.

Es muy difícil que se genere un cambio si no estamos hablando de ese cambio, si no nos hacemos las preguntas para eso. Y si se diera, ¿a quién vamos a escuchar? ¿A los políticos, a los economistas, a los filósofos?

Lamentablemente, no estamos listos, hoy seguimos más pendientes de la corrupción, de las emergencias, de la tristeza y de los pillos, que de reflexionar y reinterpretarnos como sociedad, esa es nuestra vieja normalidad, y es difícil escapar de ella.

Sin embargo, las muestras solidarias, el compromiso de muchos y el obligado encuentro con el espejo de la fragilidad me hacen pensar que algo ha comenzado a moverse. (O)