Dos pandemias. Al SARS-CoV-2, que causa COVID-19, lo titulan ‘corona’, por su forma y por su intento de poner de rodillas a la humanidad. Uniendo esfuerzos, no nos doblegaremos. La cotidianidad se vio alterada desde marzo. Nos confinaron en nuestros domicilios ante el temor a la muerte. ¡Ni imaginábamos la dolorosa realidad! Estoy cercano al Hospital Básico Pujilí, creado por un médico pujilense. En junio comenzaron a acudir a este hospital los primeros infectados; llegó el primer paciente, que no podía respirar: una prueba positiva de COVID-19. La multiplicación de los infectados llevó al límite del colapso al sistema de salud pública. Al Hospital Básico Pujilí acudían cada día 30 pacientes con la misma dificultad para respirar.
El director de este hospital me dijo que fue necesario aumentar el número de personal de salud: médicos, enfermeras, laboratoristas, personal administrativo, para atender durante alargadas horas de trabajo a los pacientes acrecidos en número: 60 nuevos acudían diariamente, también de diversos lugares de Cotopaxi. El contagio continuaba implacable y el esfuerzo se mostraba insuficiente. No habiendo en el hospital espacio para atender a más pacientes, sus dirigentes se vieron ante la necesidad de improvisar una tienda de campaña, con camillas, tanques de oxígeno, nebulizadores, sueros, inyecciones, radiografías, para vencer la guerra sin cuartel a la muerte.
Hasta hace 5 días los números que me dieron son los siguientes: 800 pacientes de COVID-19 atendidos; de ellos más de 400 positivos. 8 fallecidos. Duele la afirmación de algunos pacientes, que dicen no confiar en la red de salud pública. Muchos de ellos han buscado atención en varias casas de salud existentes en ciudades vecinas; han encontrado puertas cerradas por el miedo al contagio. Dos normas guían al Hospital Básico Pujilí: 1.ª No rechazar a paciente alguno. 2.º Recibir de él la retribución que esté al alcance del paciente. Esta conducta es luz en medio de los “vivos” que sin rubor algunos pretenden vivir hasta de los muertos. Hay en algunos la tendencia en fijar la atención solo en las sombras, como los latrocinios de recursos necesarios para atender necesidades urgentes, especialmente las de los carentes de bienes materiales.
Ladronzuelos, cuyo poder se funda en “padrinos de vario pelaje”, en “copartidarios que se han unido para servirse, no para servir”, en “cómplices de contratos fraudulentos”. Ese poder duerme en la memoria frágil de ciudadanos, también de algunos reflexivos. Se confirma en expresiones, repetidas por ciudadanos semiconscientes: “Borra y va de nuevo”, “Robó, pero hizo obra”. El costo real de la obra fue menor que el cargado a los bienes comunes. Ese poder duerme también en la inoperancia de algunos investidos de autoridad (¿para impedir que se queme su rabo de paja?). Los ladrones cuentan con ellos. Cuentan con que los que ejercen el poder en los diferentes países difícilmente se unirán en una ley internacional, que obligue a reintegrar los bienes saqueados, es decir, bienes cuyo origen no se explique y justifique. ¿Para qué y por qué suprimieron de la educación los principios morales? (O)