El Código de Hammurabi (1892 antes de Cristo) y la cultura de los vikingos reconocen a la mujer un lugar elevado. En el zigzag de la historia la cultura hebrea niega a la mujer un lugar elevado.

Cristo, contrariando la cultura hebrea, devuelve a la mujer su importancia en la sociedad: el Hijo de Dios asume la humanidad en el seno de María; cura a la suegra de Pedro; mujeres lo siguen hasta el pie de la cruz; resucitado, se aparece primero a mujeres (Marcos 16). Al mismo tiempo, Cristo reserva a doce varones el sacerdocio ministerial.

Cristo fundó la Iglesia con los doce apóstoles. El obispo de Roma es el sucesor del apóstol Pedro, o piedra fundamental: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.

El apóstol Pedro, el primer papa, fue casado. Por amor a Cristo dejó a su mujer en segundo lugar, dispuesto a morir con Cristo, para que todos tengan vida.

En la Iglesia de Roma, la directamente gobernada por Pedro, resonó, con especial intensidad, la invitación a que a Cristo se reconozca un valor mayor aún que el de la mujer. El celibato, ofrenda, consciente y libre, como la de la mejor oveja realizada por Abel, ha sido vivido entre luces y sombras a lo largo de la historia por el clero de la Iglesia católica romana.

Se ofrece a Dios lo que se conoce y se valora. Sin conocimiento y sin valoración no hay consagración. Estos dos valores han de ser cultivados a lo largo de la vida en la comunidad.

El celibato, ofrenda de un gran valor humano, debe ser preparado en el conocimiento y en la libertad. Sin conocimiento y sin libertad no hay honda consagración de la mejor oveja.

La Congregación para los obispos, presidida por el cardenal Ouellette, ofrece una guía para la formación integral de un sacerdote capaz de unir la dimensión humana, espiritual, intelectual y pastoral. El prefecto de la congregación afirma que “la presencia de mujeres es integradora y fundamental”.

Está a favor de la presencia de la mujer en el seminario, en el recorrido formativo de los sacerdotes ministros. “Esta presencia tiene una importancia, también, para reconocer la complementariedad entre el varón y la mujer” en la formación de los sacerdotes.

Las mujeres pueden participar en la enseñanza teológica, filosófica y espiritualidad. La irrenunciable participación de la mujer en la formación del sacerdote católico romano ha recorrido un zigzag: lo agilizan un mejor conocimiento y una mayor valoración, bases de una consagración a Dios de “la mejor oveja”. Lo retarda la falta de trato cercano y respetuoso con la mujer.

El Seminario Mayor San Pedro, guiado inicialmente por sacerdotes de Jaén y por religiosas Hermanas de los Pobres de Santa Catalina, por Esclavas del Sagrado Corazón, es una muestra exitosa de la integración de la mujer en la formación del clero.

Sacerdotes y religiosas de otros países ayudaron durante doce años a nacer y dar los primeros pasos. Ni un año más, para asumir lo difícil y evitar la tendencia a que otros “nos den haciendo”. (O)