A raíz de la consulta popular de febrero del 2018, el voto negativo a la segunda pregunta alcanzó el 35,8 %. De este resultado las encuestadoras y algunos analistas, apresuradamente, asumieron que representaba el apoyo de una fuerza electoral seguidora a Correa cual flautista de Hamelin para su eventual reelección. Se la denominó “voto duro” y se le acreditó como propia, no obstante que este voto pudo obedecer, también, a un independiente criterio cívico ciudadano alejado de partidismo alguno.

Un año después, no obstante el apoyo de Correa para sus listas Fuerza Compromiso Social, en cada provincia, los resultados electorales de prefectos y alcaldes demostraron que el voto es indelegable. Fueron barridos por el PSC, Democracia Sí y CREO en casi toda la república. Obtuvieron aproximadamente el seis por ciento de la votación; solo 2 de 23 prefecturas y ni una sola de las 221 alcaldías. Quedó evidenciada la verdadera dimensión del “voto duro” y que el flautista había perdido su encanto.

Para estas próximas elecciones, como único recurso, solo le quedaba a Correa utilizar su apellido como marca electoral registrada en el CNE. Pretendió consolidar a favor de su desconocido delfín y de su hermana su “voto duro” como base electoral. Ya conocedor de su reducida cuantía, enderezó sus afanes, esta vez, induciendo a su favor el voto vicepresidencial de sus fieles, a pesar de estar consciente de que jamás podría integrar la papeleta electoral.

Luego de percatarse de la notable debilidad de la fuerza electoral de sus candidatos y de su organización, errante y refugiada en tienda ajena; la campaña electoral esta vez sin los recursos económicos acostumbrados (sobornos, sobreprecios, etcétera) y con sus principales cuadros prófugos, presos o con grilletes, el panorama era sombrío. Además, después del 2017 ya no confía en nadie.

Correa, buen estratega político, debe haber advertido el gravísimo riesgo de competir para su lista presidencial. Perder constituiría la ratificación ciudadana de su sentencia. La descalificación de la lista por el Consejo Nacional Electoral (CNE) era la única salida posible; la suya, conociendo perfectamente de su imposibilidad constitucional, y la de su compañero de fórmula, incurriendo en el desliz “involuntario” de utilizar una cédula de ciudadanía ajena, la hacían inevitable.

El martirio electoral incrementaría su popularidad y serviría para pretender probar internacionalmente su persecución política e inocencia en su demanda ante la CIDH y además propulsaría sus listas parlamentarias. Contrariando las veladas intenciones de esta dual inmolación cívica, finalmente fueron calificados su sustituto y su compañero de fórmula por el CNE, obligando a su lista presidencial a terciar electoralmente. Le queda aún el Tribunal Contencioso Electoral.

Estamos sufriendo los resultados de la gran crisis moral que Correa nos legó. De una crisis no se sale igual: o salimos mejores o salimos peores, afirma el papa Francisco. En los próximos meses, en las urnas, se establecerá la verdadera dimensión del “voto duro” y la salida democrática a la crisis.

Será la batalla final entre el bien y el mal: ¡el Armagedón! (O)