El exalcalde Jaime Nebot, en su discurso durante la ceremonia oficial en homenaje al bicentenario de la independencia de Guayaquil, pronunció una frase lapidaria y, a la vez, muy real: “… El centralismo debe morir para que los pobres puedan vivir…”.

En esta columna hemos escrito un sinnúmero de veces acerca del asfixiante centralismo que carcome las bases institucionales y la economía de los más pobres del país.

Hemos dicho que existe una élite que desde 1830 se reparte el presupuesto general del Estado, mientras el resto del país se rompe el lomo para ella.

Que tenemos un Estado obeso, insaciable, que despilfarra dineros públicos en sueldos injustificados y todos sus anexos: uniformes, alimentación, seguro, equipos de oficina, vehículos, viáticos, alquiler de oficinas, entre otros, y que en la última década fue triplicado de forma indolente, como si la bonanza económica que en esa época se vivía fuese eterna.

Y que ahora, que vivimos la época de las vacas reflacas, como ya no tiene dinero para despilfarrar, ha optado por apropiarse del dinero ajeno de las ciudades, de las provincias, de Solca, de la Junta de Beneficencia, y de miles de proveedores de buena fe que entregaron sus bienes o prestaron sus servicios sin recibir lo que por derecho les corresponde.

Esto que vivimos y pensamos desde Guayaquil no es diferente del sentimiento de los manabitas, cuencanos, lojanos, esmeraldeños o amazónicos; todos sentimos que ese Estado, que supuestamente existe para garantizarnos trabajo, seguridad, salud y educación, por mencionar lo prioritario, hace rato “se quedó de año”.

Que luego de 170 años, este modelo de Estado ya no va más, pues lo único que ha conseguido es agrandar cada vez más la brecha entre una clase privilegiada de cortesanos capitalinos que medran del presupuesto general del Estado y del resto del país.

Siempre que se habla del federalismo aparecen voces centralistas, disfrazadas de nacionalismo, a denostarlo, tachando de “separatista” cualquier iniciativa en ese sentido.

Lo que no ha entendido esta gente desbordada por la soberbia y codicia es que migrar a un sistema diferente al actual, que acerque a los ciudadanos a sus autoridades, y dote a las ciudades y/o regiones de autonomía financiera, tributaria y regulatoria, por citar lo medular, es una tendencia indetenible y representa la única posibilidad real de evitar el colapso del Estado.

Sí, como lo escucha, amigo lector; o cambiamos de modelo, o esta olla de presión social que cada día calienta más va a explotar de verdad.

El centralismo, que ha gobernado el Ecuador desde su fundación, agoniza y está matando al Ecuador; por ello, debe ser sustituido por un sistema más justo, en el que la distribución de la riqueza deje de ser un discurso de tarima y se convierta en realidad, a través de la dinámica de los gobiernos locales, empoderados con el manejo de los recursos generados por sus vecinos. Como sociedad debemos actuar ya en implementar el cambio de modelo, antes de que tengamos que recoger al Ecuador, literalmente, en pedazos. (O)