Siempre me pareció que Donald Trump representaba lo peor del capitalismo norteamericano: la arrogancia del dinero como expresión de éxito personal. Trump llegó a la Presidencia de los Estados Unidos respaldado en su inmensa fortuna. En una sociedad que valora tanto el dinero, acumularlo se vuelve una fuente de poder y a la vez de prestigio personal. La ostentación del dinero, el exhibicionismo de las fortunas, con toda suerte de lujos estrambóticos a su alcance, describe una tendencia fuerte del capitalismo norteamericano. El dinero puede conquistar todo.

El liderazgo de Trump se definía por la prepotencia del magnate que lo puede todo porque ha triunfado en la carrera de hacer dinero. La descalificación preferida hacia sus enemigos era señalarlos como losers: perdedores, fracasados, derrotados, vencidos; unos donnadies. En una de sus últimas concentraciones electorales en Pensilvania, declaró no haber tenido una buena vida, sino la “más grandiosa”. Todo en él, hasta las mujeres, puede comprar el dinero. Tanto poder concede el dinero a la persona que Trump se situaba más allá de las obligaciones con la sociedad. Una de las mayores acusaciones, por la cual deberá responder ante la justicia, sin la protección del poder presidencial, ha sido no pagar impuestos. El magnate luchó hasta el final de su mandato para ocultar sus contribuciones fiscales. Fuera del dinero, una persona básica. Parte de su revuelta fue reivindicar el sentido común del exitoso en contra de la cultura cosmopolita de las élites y los sectores progresistas, la ciencia y la academia.

Un capitalismo predatorio se articuló a las demandas más conservadores de grupos de extrema derecha de la sociedad norteamericana, para desafiar las mejores tradiciones republicanas, liberales y cívicas. Un lenguaje grotesco, agresivo, lo vinculó a los grupos supremacistas blancos, a los defensores de portar armas y a los movimientos provida. Fue impresionante ver en estos días a sus partidarios de Arizona concentrados en las calles con los cuerpos arropados de armas. Agitó el espíritu nacionalista de los norteamericanos, desató el chauvinismo, pretendía enclaustrar a su país con un muro fronterizo, sin ninguna conciencia del mundo y de los inmensos dramas a los que se enfrenta la humanidad, a los cuales ignoraba.

Ese capitalismo burdo, que convirtió al Estado en un resort de los poderosos y millonarios, articulado a un liderazgo populista que hace gala del éxito por el dinero acumulado, que desafía a todo el establecimiento político y a las tradiciones culturales y cívicas de los Estados Unidos, había llevado a la democracia más longeva del planeta a un momento de profunda ruptura y polarización política. Restablecer el vínculo entre capitalismo y democracia, dándole al primero un sentido ético y moral, desligado del dinero como única fuente de poder y prestigio en el sueño americano; y reconectando la segunda con la vitalidad de las tradiciones liberales, republicanas y cívicas, debilitadas y burocratizadas por el encierro de la clase política, son los retos inmensos de Biden y Harris tras su impactante victoria. (O)