Al igual que en años anteriores, he seguido muy de cerca las elecciones presidenciales de EE. UU. En esta ocasión, la presencia de Donald J. Trump como aspirante a reelección sin lugar a dudas le agregó un ingrediente especial a la contienda.

Digo esto porque nunca antes vi a casi toda la prensa norteamericana volcada hacia un candidato, que más allá de sus méritos personales, no genera la emoción de otros candidatos demócratas, como Clinton u Obama, en su momento.

Y es que esta elección no se ha tratado de rojo o azul, de Biden o Trump; claramente ha sido una elección a favor o en contra de Donald Trump; y en esa disyuntiva, la prensa norteamericana, tradicionalmente alineada a nivel editorial, pero siempre respetuosa del manejo equilibrado de la información, ha perdido los libros y ha puesto (de frente y sin el menor sonrojo) su maquinaria al servicio del candidato demócrata, o mejor dicho, en contra de Trump.

Esta situación, lamentable para la sólida democracia norteamericana, se ha visto exacerbada, y cada vez más notoria, en el tramo final de la elección y, a partir de la semana pasada, con el manejo de los resultados que aún no siendo oficiales proyectan a Joe Biden como ganador. El punto más grotesco se produjo la semana pasada, cuando varias cadenas de televisión decidieron cortar en vivo la alocución del presidente Trump para corregirlo y, según ellos, confrontar sus mentiras; situación sin precedentes en la historia de esa nación.

A ello se debe agregar la “novedosa política” que han adoptado plataformas de redes sociales como Twitter e Instagram, de glosar los comentarios de la cuenta del presidente Trump o de algunos de sus más cercanos seguidores, agregando con letras rojas una ventana en la que publican información que minimiza la posibilidad de que exista el fraude denunciado por Trump, o recuerda que el presidente electo es Biden. No es una broma, estimado lector; Twitter ahora glosa y hace de juez, dizque para “equilibrar” los comentarios de una de sus cuentas. ¿Pueden imaginarse tamaño atropello?

Y como corolario de todo lo narrado, evidentemente la cobertura de las denuncias de fraude y del avance de las acciones judiciales emprendidas por el equipo del presidente prácticamente pasa imperceptible en los grandes medios alineados a la causa anti-Trump.

No voy a entrar a analizar en esta columna las controversiales ejecutorias de Trump al mando de EE. UU. ni sus defectos y cuestionamientos; tampoco diré nada sobre las denuncias de fraude, que sin duda merecen ser investigadas por lo menos. El objetivo de esta columna es dejar en evidencia cuán peligroso resulta para una de las democracias más sólidas del mundo que su prensa haya caído en la trampa de la polarización contra un político, que se haya puesto color y uniforme, que haya olvidado su rol que no es de activista ni de juez.

Trump pasará; reelecto o derrotado. Pero la prensa norteamericana queda golpeada en credibilidad y en este punto no habrá retorno. Es la gran perdedora de esta elección. Y con ella, la institucionalidad democrática de su país. (O)