Creo que en la vida todos tenemos alguna situación con la que soñamos vivir; aquel momento por el que, al verlo en otros, suspiramos, y en el fondo de nuestro corazón esperamos alguna vez poderlo vivir también. Yo tengo un par de esas situaciones. Por eso, hace unos días, cuando leí un tuit de Raúl Vallejo en el que me felicitaba, pensé que se había confundido de persona, pero cuando leí mi nombre junto a la frase “ganadora del VIII concurso de Literatura Miguel Riofrío” (por mi primera novela), no lo podía creer.

El reconocimiento público por el trabajo particular es una responsabilidad y debe ser recibido con sencillez y agradecimiento, caso contrario es medalla al ego. Hay algunas frases que se me han quedado grabadas a lo largo del tiempo, rescato dos en particular: “Si vas a escribir, es necesario hacerlo con humildad, sino pierde valor”, esto significa tener claro que lo perfecto es enemigo de lo bueno, que si llegamos a sobrevalorarnos o a pensar que ya lo hemos logrado todo, estamos perdidos; y la otra frase que me dijo alguien hace muy poco, en una llamada que guardaré siempre con cariño fue “señora, siga haciendo ruido”, y creo que eso es lo que hay que hacer para que la gente escuche nuestra voz, pero cuidemos de que las palabras utilizadas tengan una finalidad edificante, de lo contrario, será mejor el silencio.

Hace unos días celebramos el Día de la No Violencia Contra la Mujer y reflexionaba sobre lo difícil que es ser mujer en un lugar tan violento como en el que vivimos, donde tenemos que cuidarnos hasta de la ropa que usamos, porque una prenda mal escogida puede ser utilizada en nuestra contra para decir que “nos buscamos la agresión”. También estamos sujetas a prejuicios constantes: si somos solteras se asume que estamos desesperadas por conseguir esposo; si estamos casadas, deseamos tener hijos; si somos divorciadas nos miran por encima del hombro, con temor a que vayamos por el esposo de otra; si enviudamos, debemos ser mujeres de oración e iglesia, caso contrario, sería cuestionado nuestro sufrimiento público por la ausencia del marido. Y así mil ejemplos. Pero ¿hasta cuándo lo permitimos? ¿Hasta cuándo seguimos cánones del pasado? ¿Y si empezamos a educar a nuestras niñas con una visión más acorde con los tiempos? ¿Cuándo empezamos a elaborar nuevos estándares de vida y comportamiento? Me gusta leerle todas las noches a mi hija pequeña un libro con historias cortas sobre la vida de mujeres que han logrado ser astronautas, químicas, arquitectas, escritoras, corredoras, piratas, políticas, juezas, etcétera, y siempre le digo que las mujeres pueden llegar tan lejos como nos permitan nuestros miedos. Por eso debemos pelear contra el temor y seguir caminando.

Quería compartir con ustedes este reconocimiento, que agradezco infinitamente y me confirma que la vida siempre tiene una sonrisa para cada lágrima, y es la mejor oportunidad para demostrarles a mis hijas que solo se logra aquello que se intenta con vehemencia. También es importante creer en nosotras y seguir haciendo ruido. Recordemos la frase de Simone de Beauvoir: “El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos”. (O)