Y un hombre, lejano a la unidad cultural diferenciada llamada Manabí, llegó de tierras del altiplano a levantar con firmeza el olvidado báculo de Pedro Schumacher. Mario Ruiz Navas fue designado en el lejano 1989 del siglo anterior como obispo de Portoviejo para Manabí.

Empezó su fecunda caminata pastoral un 17 de abril de 1954, en que fue ordenado sacerdote en Roma, donde cursaba sus estudios teologales en la Universidad Gregoriana. Tuvo el especial momento de acompañar al cardenal De la Torre, como su secretario, al cónclave que designó como papa a Juan XXIII, y sería luego un activo participante en las diferentes etapas de lo que significó para el pueblo católico el Concilio Vaticano II.

Don Mario, como me gustaba llamarlo —en honor a don Hélder Câmara, al que Pablo VI llamara cariñosamente su “obispo rojo”, aquel que me diría: “Hablar y escribir es fácil, y lo difícil es vivir”—, sabía de la importancia de la comunicación; fundó dos radioemisoras: Radio Latacunga y Radio Católica de Manabí, y fue un puntual articulista de Diario El UNIVERSO por algunas décadas.

Fue presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana por tres periodos consecutivos (del año 1993 al 2002).

Tuvo una abierta preferencia por los pobres, combatió las injusticias y, sobre todo, fue intolerante y reactivo con aquellos pastores tibios con el poder y los abusos de los poderosos de turno; contribuyó al cambio de la pedagogía catequística, pasando del ritualismo a enfrentar la realidad pastoral y social.

Su prolífico paso por el obispado de Portoviejo se refleja en la creación y construcción del Seminario Mayor San Pedro, con la lograda intención de apoyar las vocaciones sacerdotales de Manabí, así como de decenas de grupos de promoción de la juventud y de la mujer, centros artesanales y dispensarios comunitarios, llevando el mensaje de la Buena Nueva a todos los sectores urbanos y rurales de la provincia.

En 1994 el papa Juan Pablo II elevó a Portoviejo a la condición de Arquidiócesis, nombrándolo arzobispo de la misma. Se retiró en el año 2005 por cumplir el límite de edad.

Aun en el invierno de su vida, cuando “se desprecie el almendro y se haga pesada la langosta y no tenga sabor la alcaparra, antes de que se rompa el hilo de plata y se destroce la lámpara de oro, se quiebre el canto del pájaro en la fuente y se caiga la cuerda en el pozo. Antes de que regrese el polvo a la tierra de donde vino” (como dice el Eclesiastés), siguió aportando, fiel a su divisa arzobispal: “Que todos sean uno”, con sus artículos en el Diario EL UNIVERSO, donde trazaba las líneas esenciales de su pensamiento, buscando un Ecuador mejor, más libre, más solidario y más próspero.

La vida es solo lo que se hace, y en ese tenor, la de don Mario fue un testimonio de ejemplaridad positiva, fecunda y pública, de la que habla magistralmente Javier Gomá, entregando a los católicos manabitas la realización de decenas de sacerdotes con una sólida formación cristiana, que caminan junto a nuestra Iglesia peregrina con valentía y amor.

¡Gracias por tanto! (O)

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