Permanentemente la doctrina cristiana emerge y se posiciona en la cotidianidad de mi vida profesional como profesor, especialmente, porque al tener a mi cargo materias jurídicas como Introducción al Derecho, Filosofía del Derecho y Teoría General de la Norma, la referencia al pensamiento de Jesús es inevitable, ya sea para confirmar la aceptación de su trascendencia en las instituciones jurídicas y en general en la vida social de gran parte del planeta o para analizar a quienes la contradicen calificándola como generadora de injusticias y de incorrecto desarrollo social.

La presencia de la doctrina cristiana es inevitable cuando se aborda el tema de la verdad. Para quienes son personas de fe y fundamentan sus vidas en la dogmática de lo sagrado, la verdad se encuentra ahí y la adhesión a ella es el camino. Para aquellos que no se encuentran en ese nivel, lo cristiano es analizado como pensamiento moral. Desde esta segunda perspectiva, he encontrado en ella la respuesta a la inmensa pregunta de la verdad. Así lo expresé en una de mis últimas columnas, que como en algunas ocasiones me sucede, al ser analizada retrospectivamente, evidenció que pude haber sido más explícito para escribir lo que pienso y siento. Hoy, desde esta nueva oportunidad, intento fortalecer los argumentos ya expresados. Veamos.

La verdad existe. Se encuentra expresada de la forma más sencilla e irrebatible en lo cristiano. Ahí está contenida y es el amor al prójimo, la esperanza, el entusiasmo, la solidaridad, la abnegación y otros valores también propuestos, de alguna manera, por otras corrientes religiosas y filosóficas. Es la verdad, porque son las formas básicas para garantizar la vida de todos, así como la proyección colectiva y no la muerte, que de manera altanera y desde el desafiante desenfado individualista es buscada por muchos que consideran agudas y sofisticadas sus reflexiones. Es la verdad, porque es el mejor camino pese a la dificultad consustancial para seguirlo. Desde esta afirmación meditada, ponderada y al mismo tiempo elemental, el relativismo no tiene sentido y tampoco los productos intelectuales que de ahí provienen. El ‘todo vale’ o el ‘depende’ son frivolidades nocivas e individualistas.

El cristianismo nos exige pensar en el otro, ser entusiastas, tener esperanza y cultivarla, desarrollar fortaleza para salir adelante y otras características relacionadas con un estereotipo de ser humano forjado por la virtud y su entrega a la vida. Lo otro, lo que destruye sin proponer nada, lo que lleva a la violencia, al enfrentamiento y al vacío, al no sentido, es su antítesis.

Jesús y su inmenso mensaje, brillante e incólume en el tiempo, es la verdad, porque con su presencia y desde su propuesta la civilización avanza y se proyecta con todos los tropiezos que disminuyen su capacidad de supervivencia y también con todo el deslumbramiento de la utopía de la bondad y del impulso moral indispensable para aportar en la construcción de una humanidad que, sin referentes, se precipitaría en el caos y en la desesperanza. Hoy es Nochebuena y celebramos la venida del que nos legó la resplandeciente verdad que nos inspira. (O)