La imagen de Nicolás Maduro evoca la de Sadam Huseín. Altos, bigotudos, además de bravucones y prepotentes, aunque comparado con el venezolano el malogrado dictador árabe adquiere dimensiones de estadista, porque no decía que hablaba con los pájaros, ni que curaba enfermedades graves con lágrimas del Hermano Gregorio... Al escribir este texto me doy cuenta de que no puedo llamar tirano ni autócrata al pintoresco personaje, porque no creo que ejerza un poder absoluto, sino que lo comparte con un grupete de prontuariados, acusados de toda clase de delitos. Bueno, el caso es que parece que Maduro está dispuesto a abandonar lo meramente histriónico y pretende emular a su modelo desatando un conflicto internacional análogo al que Huseín inició al invadir a su pequeño vecino Kuwait.

Como ha ocurrido con todos los países de América Latina, Venezuela mantiene pendiente un conflicto territorial. Es con su pequeño vecino Guyana, a la que reclama nada menos que el 75 por ciento de su territorio, consistente en todas las tierras situadas en la margen izquierda del río Esequibo, lo que Caracas denomina “la Guayana Esequiba”. La reclamación se hace con base en interpretaciones de mapas y documentos poco claros, los cuales no establecen que esa región haya estado alguna vez en poder efectivo de Venezuela. Como hemos visto en otros países latinoamericanos, la disputa es revivida cada vez que hay problemas políticos con intención de galvanizar a la población esgrimiendo el fantasma de un enemigo externo. En los primeros años de su Gobierno, parecía que Hugo Chávez iba a agitar el enfrentamiento, pero luego bajó notoriamente el tono, más interesado en ejercer un liderazgo sobre la comunidad caribeña que siempre apoyó las posiciones de Georgetown. Ahora Maduro resucita la pugna para distraer a la población venezolana de sus desaciertos y también porque se ha comprobado que la región en liza tiene grandes riquezas petroleras. Guyana ha concurrido a la Corte Internacional de Justicia para dirimir definitivamente el diferendo y el alto tribunal se declaró competente. Pero la dictadura venezolana se niega a acatar su autoridad y propone una negociación bilateral.

La forma en que se llevará a cabo esa “negociación bilateral” ya se deja ver con las últimas acciones de Maduro, que envió un navío de guerra para confiscar dos naves pesqueras guyanesas que faenaban en aguas correspondientes a la Guayana Esequiba, porción de mar sobre la que el régimen madurista proclamó unilateralmente soberanía, acto que no ha sido reconocido por ningún otro Estado. Hasta aquí la estrategia del cómico tirano es muy parecida a la que siguió su modelo en Kuwait. Pero si quiere pasar a los hechos militares, puede caer en un “malvinazo” como su otro colega, el argentino Videla. Es una posibilidad con matices, pues si bien Guyana es parte de la Mancomunidad británica, no ha sido un aliado fiable de Occidente, ya que desde su fundación sus Gobiernos han jugado con afinidades socialistas y tercermundistas. Sin embargo, en caso de una confrontación, en el actual estado de cosas, con o sin entusiasmo, Europa y Norteamérica favorecerán a la excolonia inglesa. (O)