Para este año, 2022, programar una agenda diferente: dejar espacio preferencial para el desarrollo espiritual. Una necesidad apremiante, puertas adentro con uno mismo, limpiar y fortalecer la estructura interior. De nada sirven títulos, riquezas y honores, si se pierde la esencia vital. Nunca se sabe, y es muy posible, que en cualquier momento suceda algo inesperado. Es que todo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos, prueba de aquello lo estamos viviendo con el COVID–19, angustia planetaria.

Pensar en una agenda con más tiempo para las cosas simples, sencillas, que fortalezcan nuestras defensas emocionales. Caminar y caminar, disfrutar con las bellezas de la naturaleza en los parques, jardines, campos, playas, montañas; sin prisas. Ser más contemplativos, meditar, apreciando con íntimo fervor los tesoros naturales. Muchas veces por ir y venir apurados perdemos la alegría de emocionarnos con el paisaje citadino y así las horas y los días pasan volando. Ya ni sabemos qué día es hoy, todo porque no damos valor, no apreciamos la sonrisa, los sonidos y aromas de la naturaleza. Es preciso agendar una escapada de los nocivos ajetreos de la ciudad. Más tiempo dedicamos al celular. Hemos dejado de escribir cartas y chateamos; la comunicación es instantánea y así rápidamente transcurren horas, perdemos preciosos momentos. Avanzamos ignorando todo lo que nos ofrece el trayecto. Dejamos de mirar al frente, tenemos fijación en la pequeña pantalla que nos hipnotiza en dirección al piso; podemos caernos. He aprendido de personas con tremenda discapacidad física, pero con enorme capacidad emocional. Uno de ellos, sonriente, decía: “Hay tanto por descubrir y tantas cosas que vivir”. Cada día aprendemos algo. Con una vida emocional enriquecida no existirán pobres. (O)

Fernando Héctor Naranjo Villacís, periodista, Guayaquil