Recuerdo una mañana en la oficina donde laboraba, un buen amigo octogenario, cuyo hobby era la pesca olímpica, a quien con aprecio le decía Tío Lucho, llegó en la primera semana de enero, sorpresivamente, con su amplia sonrisa y voz sonora me dijo: “Amigo, vengo a decirle que aún estoy vivo, ja ja ja ja ja”. Iluminó el ambiente con su entusiasmo. Siempre he tenido especial consideración por los niños y los ancianos, y conozco a muchos con envidiable actitud y fortaleza. Son estas personas las que transforman los momentos, nos rescatan de las tristezas o los malos ratos, y nos damos cuenta de lo bonito que es vivir.

Platón nos dejó un hermoso pensamiento que reza: “La libertad está en ser dueños de la propia vida”. Es entonces cuando agradecemos al Padre Celestial por esta maravillosa bendición que nos motiva a disfrutar gratos momentos en libertad. Bien sabemos que la felicidad y la tristeza viven cerca. Prefiero visitar a mi primera vecina, es allí donde disfrutaré en plenitud. Al recordar los saludos a los amigos de “la vieja guardia”, sonrío y me digo: “Ahora ya formas parte de tan selecta cofradía”. A todos nos llega el momento, pero lo recibimos jubilosos porque hemos tenido la oportunidad de alargar con entusiasmo nuestra permanencia terrenal. Esto de la edad no es para preocuparse, diría más bien para ocuparse en actividades que nos permiten continuar diciendo que es bonito vivir; volver a la realidad, la que conocemos, para no estresarnos y ser como antes, como siempre, cuando confiábamos en los demás. Sería una forma de no ser parte de esta “nueva realidad” con zombis vivientes creciendo a la sombra del terror, la corrupción y las peligrosas adicciones. El buen vivir es una experiencia espiritual con el despertar en entusiasmo, creatividad, lejos de la tensión, fortaleciendo una conciencia de paz. (O)

Fernando Naranjo Villacís, periodista, Guayaquil