La decisión del Gobierno de Daniel Noboa de invadir a la fuerza una embajada extrajera es una violación grave de uno de los principios más básicos de derecho internacional. Como era de esperarse, la reacción oficial de los Gobiernos y organismos internacionales relevantes ha sido unánime: todos han condenado lo realizado por el Gobierno ecuatoriano.

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Sin embargo, muchos han salido a la defensa de la invasión de la Embajada mexicana. A falta de encuestas representativas que confirmen este argumento, aparentemente muchos ecuatorianos están dispuestos a encontrar excusas para una violación flagrante al derecho internacional. Estas posturas están respaldadas por los analistas virales de turno que se escudan en lecturas sesgadas del derecho para justificar algo que ni dictadores como Maduro o Pinochet se atrevieron a hacer.

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Los analistas consistentes son cada vez menos, puesto que la consistencia no te hace viral en las redes sociales. A fin de cuentas, contrario a la crítica internacional que ha sido unánime independientemente de la ideología de su gobierno, muchos ecuatorianos están dispuestos a juzgar cada acción basada en quien la lleva a cabo.

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A pesar de que el ataque a la embajada casi no tiene precedentes en América Latina, lo triste es que la actitud de Noboa y de quienes lo defienden encaja perfectamente en nuestra historia política. En el Ecuador hemos elegido líder tras líder que esté dispuesto a saltarse las reglas a su conveniencia. Noboa ya había dado señales claras de esta actitud con el trato que ha dado a la vicepresidenta Abad y la reacción de los ecuatorianos ha sido casi nula. Prepotencia y autoritarismo no es algo que se penaliza, sino algo que se espera.

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Sí, es cierto que Jorge Glass merece estar encarcelado. También es cierto que el presidente mexicano ha dado aún más ejemplos de saltarse las reglas o la decencia si es que hacerlo es conveniente para sus intereses. Pero eso no justifica tomar cualquier medida y ponerse a la altura de los mayores tiranos de la historia contemporánea, incluyendo a Fidel Castro. Un mundo en el que las embajadas no son respetadas y en que los verdaderos perseguidos políticos no pueden refugiarse en ellas es un peor mundo para todos. El presidente Noboa ha otorgado un precedente para que otros nos lleven en esa dirección. (O)

Juan Pablo Martínez Guzmán, Maryland, EE. UU.