No entiendo la razón por la cual una persona deba odiar o sentir resentimiento por algo o por alguien, es una forma de envenenarse o destruirse a sí mismo.
Recuerdo que en uno de sus libros, Wayne Dyer (fue psicólogo y escritor de libros de autoayuda, estadounidense) relataba cómo sentía mucho resentimiento por su padre que lo había abandonado muy pequeño y su madre tuvo que sacrificarse para criarlo. Narraba lo mal que se sentía hasta que decidió ir a buscar a su padre y lo encontró en el cementerio de un pequeño poblado y se enteró de que fue un alcohólico despreocupado de sí mismo. Llegó a la tumba de su padre, se arrodilló y le pidió perdón por haberlo odiado tanto, oró y confesó que desde ahí se sintió bien y todo mejoró en él.
Cuando se odia, toda esa adrenalina que podría servir para hacer cosas útiles, lo que hace es producir estrés con afectación al organismo (dolores de cabeza, insomnios, problemas de estómago, úlceras, gastritis, colitis, ansiedad, afecciones cardiacas, etc.). No hay nada como la paz, el amor, el perdón, el silencio, y más la oración. Somos rebeldes de jóvenes y con los años vamos aprendiendo que a veces el silencio es más persuasivo que el insulto o la agresión. ¿Cuántas veces agredimos y después no sabemos cómo disculparnos?, es valedero el método del contaje, si el problema es grande contar hasta cien y si el problema es pequeño, hasta diez. Por regla general, todo tiene su tiempo y pasa. No nos durmamos pensando lo que nos puede pasar y nunca pasa; somos genéticamente sufridores. Percivale decía que él percibía cuando una rosa se abría y oía un sonido similar al de una pieza de Bach. Yo no soy tan sutil, pero sí las he visto sonrojarse con los rayos del sol y he percibido su respiración como exquisitez de ofrenda a Dios. El odio destruye, el perdón da paz. (O)
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Hugo Alexander Cajas Salvatierra, doctor en Medicina, Milagro