El tiempo de la fiesta de Todos los Santos, seguida del Día de los Fieles Difuntos, lo indica el calendario litúrgico y se percibe en el ambiente: gente que trajina con flores para llevarlas a la tumba de sus difuntos y escaparates que lucen con bellos ramos y centros de flores para el cementerio. El tiempo acompaña con temperaturas suaves y muchos viajan para honrar, en su pueblo natal, a los suyos que partieron de este mundo.
Santos y difuntos tienen en común la memoria de los que nos precedieron en la vida temporal. En la fiesta de Todos los Santos, el 1 de noviembre, se conmemora a los fieles que ya gozan de la presencia y la unión con Dios en el cielo: son los santos elevados a los altares y los que no están en el santoral, pero que vivieron una vida santa aquí en la tierra. Pasaron por este mundo amando a Dios y haciendo el bien, por lo que, en atención a unos versos de la poesía española, se les podría llamar, además, “los sabios”: “la ciencia más consumada es que el hombre bien acabe, porque, al final de la jornada, aquel que se salva sabe y el que no, no sabe nada”.
La santidad es como una carrera que termina al final de esta vida mortal. Suena a sublime y parece casi inalcanzable para la mayoría; pero Dios a nadie pide lo imposible y su gracia todos la tenemos disponible: “Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación”. (O)
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Josefa Romo, Valladolid, España


















