Hoy seré incómodo para los lectores que se aventuren a leer mi comentario; trataré de ser poco diplomático (eufemismo para decir “tibio”), más bien seré disruptivo porque hace falta, en razón de que lo que no se confronta se normaliza.

El Gobierno lo sabe y también lo calla, una creciente ola de delitos de un mosaico que nos aproxima a un Estado fallido crece de forma exponencial en nuestro Ecuador; los registros alertan de que pronto podemos llegar a un punto sin retorno y las políticas en seguridad no dejan de ser represivas y reactivas.

Los esfuerzos destinados por el Gobierno para enfrentar la violencia/delincuencia, apuestan a una perspectiva tradicional (tradicional para los países lejos del desarrollo), que siendo juiciosos para analizar, vemos que por mucho no es la mejor alternativa, las acciones se reflejan en el modelo fuerza pública-justicia-prisión. Muchos dirán “es un Estado de derecho” y así se debe proceder; de acuerdo, pero sin elusiones (acción, realizada por vías legales, que persigue evitar o minimizar un delito), que reduzcan penas a su mínima expresión con beneficios para delincuentes confesos. Yo me pregunto: con penas sobre los 50 años, ¿a quién se le ocurriría extorsionar, secuestrar, sobornar o cometer un sicariato? La respuesta es fácil: a muy pocos. Primera premisa de este artículo: no a la creación de más leyes punitivas, con las que tenemos quizá son suficientes, pero que se cumplan.

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Desde otro enfoque, que también lo conocen los funcionarios no solo de este gobierno, sino de todos los anteriores en la contemporaneidad del Ecuador, se encuentra una perspectiva más integral, sesuda, analítica, estadística si se quiere expresar así, me refiero a que hay pruebas que describen que las manifestaciones de violencia y delincuencia son conductas aprendidas, más que actitudes innatas, por lo tanto, educar para modificar tendencias es una prioridad para este y todos los gobiernos. Segunda primicia de este artículo: inversión social para desarrollar, crear, impulsar y mejorar iniciativas sociales que generen un impacto profundo en nuestros hijos, generación clave para cambiar a nuestra nación en un futuro a mediano plazo.

El panorama es difícil, pero no imposible, solo se necesita decisión, voluntad política llaman los entendidos a esta acción que la conocen todos y la aplican pocos. (O)

Martín Gallardo, Mayor (r) Msc., Quito