El sueño de Bolívar, precursor de la integración de los pueblos latinoamericanos, fue unificarlos en una sola nación, de tal forma que el continente no esté fragmentado en múltiples Estados vulnerables a las injerencias extranjeras, primero de Gran Bretaña y luego de Estados Unidos. En aquellos momentos las actuales naciones no existían y por eso era imposible pensar en federarlas. Todas sus formulaciones de una sola nación plasmadas en la Carta de Jamaica de 1815, planteó la visión de una sola nación americana asentada en la comunidad de origen con idioma, costumbres y religión.

Bolívar era pragmático, sabía por experiencia que no existía una identidad capaz de vertebrar el territorio comprendido entre México y Patagonia. Ese era el sentido que tenía a escala regional la Gran Colombia (1819–1831), un Estado fragmentado en Colombia, Venezuela y Ecuador, manteniendo dos objetivos de independencia: sacudir el yugo español, mantener amistad y comercio con Gran Bretaña. Pretendía la independencia de América como una sola nación. Tal es el caso del pensamiento bolivariano basado en el Congreso anfictiónico en Panamá (1826), donde plantea la unidad americana como validando la Doctrina Bolivariana de 1815. Al mismo tiempo surgió la Doctrina Monroe de 1823. América Latina ha sido el botón para aumentar el auge económico y político de Estados Unidos. El surgimiento de ambas doctrinas afianza la Doctrina Parra Velasco de 1933 que sustentaría las políticas de los gobiernos y Estados latinoamericanos, desde Panamá hasta Cabo de Hornos seríamos una sola familia con un solo nombre, un gobierno común, una patria grande ordenada con derechos igualitarios, donde la separación no sea parte del proceso globalizador. (O)

José Arrobo Reyes, economista, Guayaquil