Las matemáticas suelen ser vistas como un tema complicado y aburrido, pero encontré la forma perfecta de hacerlas entretenidas y sabrosas: ¡cocinando un llapingacho ambateño con mis estudiantes!
Desde el primer momento, la cocina se convirtió en un aula llena de números y cálculos. La primera tarea fue analizar los ingredientes. Si necesitamos 1.500 gramos de papa, ¿cómo lo expresamos en kilogramos?, pregunté. Los estudiantes pensaron un poco y respondieron: ¡1,5 kg! Así, sin darse cuenta, estaban repasando conversiones de unidades.
Pero aquí no terminaba la lección. La receta estaba pensada para cinco personas, pero en clase había diez estudiantes. Si queremos que todos coman, ¿qué hacemos?, pregunté. Al aplicar la regla de tres, los alumnos calcularon que debían duplicar cada ingrediente. Así, si la receta indicaba 1.500 g de papa, los estudiantes descubrieron que para diez personas necesitaban 3.000 g.
Publicidad
Otro desafío matemático surgió al calcular los costos. Si el queso cuesta 4 dólares por kilo, pero solo necesitamos 500 g, ¿cuánto debemos pagar?, pregunté. Con una simple división, los alumnos determinaron que costaba 2 dólares.
Cuando los llapingachos estuvieron listos, todos se dieron cuenta de algo importante: sin números no habrían podido cocinar correctamente. Las matemáticas dejaron de ser un problema y se convirtieron en una herramienta útil y hasta deliciosa.
Al final, los estudiantes no solo aprendieron a resolver problemas matemáticos, sino que también disfrutaron de un plato típico ecuatoriano hecho por ellos mismos. Con esta experiencia, como profesor demostré que las matemáticas están en todas partes, incluso en la cocina. ¡Así da gusto aprender! (O)
Publicidad
Roberto Camana-Fiallos, escritor y docente investigador, Ambato